23, Febrero. El Norte de Castilla
DE RETORNOS Y RAÍCES
Siempre acaba retornando a nuestra memoria y a nuestra cotidianidad el nombre de Miguel de Unamuno, máxime si esa presencia se revela tan viva en una ciudad como Salamanca, en la que la vida –más allá de cualquier tópico– se hizo y se hace literatura y la literatura está traspasada por la inevitable experiencia de vivir. Unamuno sigue siendo una ejemplar muestra de cuanto digo y su radical “contra esto y aquello” pudiera ser revelador en estos tiempos tantas veces desnortados, en los que prima la manipulación y las imposiciones y, sobre todo, en los que se siente un gran vacío en el sentir y en el pensar. Todo parece valer y, en consecuencia, todos los desenlaces son posibles hacia una situación de vacío y falta de conciencia y consciencia.
Retorna Unamuno en estos días, y lo hace en su ciudad, porque se ha creado la “Asociación de Amigos de Unamuno en Salamanca”. Esta asociación ya se ha presentado y tendrá pronto actos de relieve en torno al autor y a su obra.
Se creará también una revista que llegará con el verano. Personas como el nieto del poeta, Pablo de Unamuno, estudiosos del mismo como Francisco Blanco Prieto (reciente su libro “Unamuno en la política local”) o poetas como Elena Díaz Santana, han estado en los pasos primeros de esta asociación que quizás quiere revivir esa conciencia y consciencia literaria y vital a la que antes aludíamos y que supone la revelación de la perenne necesidad de la cultura viva en una ciudad y en un país.
De esta cultura en Salamanca y desde Salamanca pensaba precisamente el viernes, en el “Aula Unamuno” del edificio histórico de la Universidad, tras asistir a la presentación y defensa de la tesis doctoral de María Eugenia Bueno, una salmantina sensible y vibrante que –más allá de alguna dura prueba por la que recientemente ha pasado su vida– ha llevado adelante un trabajo excepcional que supone una inmersión en las raíces de esta ciudad y de ese territorio que ella nos fue señalando con las diapositivas durante su exposición; territorio por donde llegó, Vía de la Plata arriba, una cultura muy precisa: la de la orfebrería, la de la joyería y, en concreto, la de la filigrana y el botón charro, que poseen en Salamanca y en su provincia su centro irradiador.
Como expuso uno de los miembros del Tribunal, cualquier otro director de tesis o miembro de un Tribunal hubiesen dudado ante el sentido abarcador del tema planteado, pues la joyería salmantina sólo era el eje de una muy amplia exposición en la que también estuvo presente la geografía y la historia, el derecho y el comercio, la proyección, en suma, hacia fuera de algo que es muchísimo más que una simple muestra de la artesanía popular, sino, en su esencia, un arquetipo, un símbolo y un mandala. De ahí ese remontarse de María Eugenia en su estudio hacia los orígenes más remotos –la India, Medio Oriente, mundo mediterráneo– para llegar hasta nuestros días y hasta ese sentido de símbolo de esta joya circular, réplica quizás, muy enriquecida, de la también originaria “rueda de la vida”. Sí, el origen de todo el desarrollo (y de ahí el sentido de universalidad, nada local, de la tesis) radicó en ese símbolo y arquetipo del mandala, que la joya salmantina tan bien representa. Como prueba de ello, recordaré una anécdota muy ilustrativa. Cuando visitó Salamanca el poeta nacional de Corea, Ko Un, le regalamos a su esposa una pieza de esa humilde y, a la vez, trascendente joya salmantina.
Pues bien, tras abrir la cajita y verla la mujer de Ko Un la tomó y se la llevó automáticamente a su solapa para colocársela y decirnos: “¡Es el mandala!”. Actuaba así automáticamente el “inconsciente colectivo” jungiano (para Jung también tuvo su recuerdo María Eugenia en su exposición), para demostrarnos que lo que creemos lo más local, popular y humilde es lo más reveladoramente universal. Y es el mandala –que a la vez es símbolo y arquetipo– el que acaba centrando nuestra mente y nuestro corazón en momentos de crisis. Volvimos, pues, a revivir un retorno al origen fértil, como en su día lo revivimos al presentar el libro –otra tesis osada– que otra salmantina de pro, María Teresa Cobaleda, dedicó al toro.
Un símbolo éste que nos remite al que José Ramón Alonso, Presidente del Tribunal, consideró en el acto del viernes como “el primer ecosistema español”: la dehesa salmantina. En ella la naturaleza brilla respetada en su plenitud y, en su centro, se eleva otro símbolo poderoso: el de la vigorosa encina. La encina, que nos remite, a su vez, a la Grecia (clásica), a aquellas otras encinas de Dodona en las que el rumor de la brisa en sus hojas le hablaba a los hombres para iluminarlos.
ANTONIO COLINAS