El sábado 26 de mayo, la asociación quiso visitar dos pueblos salmantinos que fueron importantes en la vida de D. Miguel: Becedas y Candelario. Para conocer de primera mano, los lugares que frecuentaba, qué amigos tenía y por qué la elección de los mismos. Tanto a Becedas como a Candelario, dedicará algunos poemas en el Cancionero.
De la mano de Jesús Gómez Blázquez visitamos los lugares que a D. Miguel más llamaron la atención en Becedas, acompañaron a Jesús en el recorrido el Alcalde de Becedas, Salvador Sánchez Majadas y mujeres del pueblo que de una manera u otra lo representan. Queremos darle las gracias por acompañarnos con tanta dedicación y por su alegría al mostrarnos los rincones más significativos de su localidad, esa que muestran con orgullo, porque en ella estuvieron Santa Teresa de Jesús y Miguel de Unamuno, ayudando esto a engrandecerlo.
Nos servimos del artículo publicado por Jesús Gómez en el número 4 de la revista Nivola “Unamuno en Becedas: Anecdotario” para contaros los hechos más significativos de la estancia de D. Miguel en dicho pueblo.
Cuenta Jesús que “le producía deleite hablar con personas que eran testigos vivos de la presencia del intelectual en el pueblo”, ”qué distinta forma de interpretar sus actos y sus palabras, y con qué diferencia de carácter me lo pintaban unos y otros. Porque D. Miguel era para unos silencioso y retraído. Huraño y osco para otros. Y era a la vez tan afable y cordial como áspero y esquivo. Eso sí, todos le recordaban con esa aureola que las gentes sencillas colocan sobre las sienes de personajes esclarecidos.”
Sus veranos Becedanos y sus reiteradas visitas dieron pie a una sucesión de sabrosas anécdotas. Reproducimos aquí algunas recogidas por Jesús Gómez, nuestro guía y estudioso de las huellas de D. Miguel en Becedas.
Recordamos lo que aconteció: ”a la fresca sombra de un robledal próximo a la Aceña, donde los muchachos, sin ningún respeto a las gélidas aguas que bajaban de los neveros de Peña Negra, se bañaban. En este marco se produjo la famosa reprimenda que echase a uno de aquellos zagales al que oyera blasfemar: ¿cómo te atreves, mocoso, a ensuciar el nombre de Aquél a quien con tanto afán yo estoy buscando?”
Una de las personas que mejor conoció a Unamuno fue Nicolás Sainz, un masón del gremio de los zapateros, hombre afable, abierto y respetuoso. D. Miguel se jactaba de haber enseñado a Nicolás a ponerse la boina al estilo vasco, y Nicolás se sentía orgulloso de servir de guía al profesor en sus excursiones a la sierra.
Nicolás Sainz contó a Jesús Gómez que a Unamuno le gustaba pasear por la Calle Mayor, andando despacio y siguiendo el curso y oyendo el susurro del agua de la añorada regadera que lo surcaba. Que en la misma Calle Mayor en el rincón de El LLamillo, buscaba la quietud y los secretos de la historia de una pequeña fontana del S XIII y que allí, ante ella, desplegaba su silla y solía sentarse. Tomaba nota de sus reflexiones mientras las mujeres sacaban del pocillo cubos de agua para llenar las tinajas de sus casas. Una de aquellas mujeres que sacaban agua de la fuente, con la actitud de cortesía que caracterizaba a las mujeres de Becedas, le ofreció un trago, con el que paliar el sopor del momento.
El pensador frunció el seño, se levantó, recogió su silla, ordenó sus papeles y, como quien se siente víctima de una ofensa, se fue sin decir nada. Este hecho nos lo explica Jesús de esta manera: ”Hoy no me cabe duda de que por medio estaba la alegoría del agua que tanto significó para Unamuno y los poetas de su generación. Ciertamente le habían ofrecido agua quieta, parada, sin vida. Agua en la que él veía muerte, eternidad incierta, agónica esperanza y que no debe beberse cuando tan cerca hay otras que representan a la vida, al la pureza y al continuo movimiento.”
De las anécdotas becedanas pasamos a las de Candelario, guiados por otro unamuniano, Daniel Sánchez Gutiérrez, a él, a la ex alcaldesa del pueblo, dña Ana María Carrón y a la concejala de Cultura Marisa Macías Martín, queremos también agradecerles su compañía y amor en las explicaciones que nos dieron sobre la estancia de D. Miguel en su pueblo.
Nos atenemos al artículo escrito por Daniel Gutiérrez para arrojar luz sobre esta estancia de un ilustre escritor en Candelario.
Dice Daniel: ”Fantasear con las vivencias que pudo encontrar D. Miguel en Candelario es eso, fantasía sobre quien se preguntaba si velaba o dormía. Lo cierto, que nos es dable hablar de conjeturas, es que vino a dar un buen día a este pueblo frontero de Extremadura y gustó de él. Volvió pues reconoció que era lugar para volver.”
Los más viejos de hace ya algunos años, aún recordaban el espectáculo de la figura de D. Miguel caminando al lado del grandote de D. Fili, buen amigo del pueblo y de sus gentes. Tan bueno que ya en sus inicios en la vida pública, ansiando siempre el remediar el mal en sus prójimos, enredó lo que no está en los escritos para hacer realidad un albergue para niños enfermos y pobres del mundo. El aire fresco de la sierra no solo era bueno para curar los embutidos, sostenía el doctor Filiberto Villalobos. Fuera el albergue la causa, o lo fuera otra, lo cierto es que los años 34 y35 del pasado siglo, se hizo uno más del pueblo el famoso intelectual Unamuno y como quiso hacerse uno con ellos, alquiló una casa en que vivir sus días hasta la llegada de septiembre y, con él las obligaciones de la profesión civil.
Los viejos recuerdan haber oído a sus mayores historias de cuando D. Miguel y D. Fili se enfrascaban luego de dejar el fresco del parque en caminata que pasando por las eras llegaba al Humilladero, caminata que se alargaba, calle Mayor arriba, hasta el cantón o esquinazo donde los caminantes se sentaban a la vera misma de la fuente y cuesta de La Romana. Ese cantón o poyo todavía existe, colocado de forma que la sombra les protegía de los rigores del mediodía estival.
Siguiendo el mismo paseo u otro parejo, deja atrás la pajarita del parque, se han ido marcando las pautas que es fácil que en su día lucieran nuestros amigos caminantes con unas pequeñas señales que al paseante actual inviten a parar un momento , leer al maestro Unamuno y así tomarse la ruta haciéndose uno con el entorno, gozar de lo que gozara aquel en su caminar.