El caso Ferrer.

Francisco Ferrer Guardia, nació en1859, provenía de Alella, un pequeño municipio de Barcelona. Descendía de una familia de campesinos de clase media, con un fuerte sentimiento católico. No acudió a la escuela por primera vez hasta los 12 años. Es entonces, tras acabar su formación básica, cuando marchó a Barcelona y trabajó en el ferrocarril.

Republicano convencido, Ferrer Guardia se exilió a París tras el fracaso de golpe de estado de Ruíz Zorrilla en 1886. Allí dio clases de castellano a adultos y continuo su formación política de forma autodidacta. Ideólogo de una enseñanza racionalista, fundó La Escuela Moderna, achacaba a los dogmatismos católicos como una de las lacras de la sociedad española. Renegaba de ellos y aspiraba a que, mediante la luz de la razón, los niños conocieran su mundo de una forma crítica con respecto al mundo.

Ferrer Guardia fue víctima de la represión, derivada de un atentado en el Madrid de 1906, al paso de la carroza de Alfonso XIII, el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba desde la ventana de su pensión a la carroza del monarca. Fallecieron casi treinta personas, si bien los reyes no sufrieron daños. Por este acto fueron condenados a prisión un gran número de militantes anarquistas, entre ellos, el propio Mateo Morral, quien cometió el delito y que había hecho de bibliotecario en la Escuela Moderna. La antigua vinculación con Mateo Morral hizo de Ferrer un chivo expiatorio. Fue ejecutado, también, ese mismo año y su muerte levantó ampollas en los círculos intelectuales,

Unamuno, el inconformista por excelencia -alejadísimo de cuanto Maura significaba- se sublevó contra la mitificación de Ferrer. Su desahogo epistolar con Jiménez Illundain es de una contundencia extrema: “Se fusiló con perfecta justicia al mamarracho de Ferrer, mezcla de loco, tonto y criminal cobarde”. Sí, es verdad que Unamuno condenó a Ferrer en los términos expresados, pero no es menos cierto que supo rectificar, aunque fueran transcurridos ocho años de aquellos sucesos. En un artículo titulado Confesión de culpa, publicado el 7 de diciembre de 1917 en el periódico el Día, de Madrid, reconoce su error en los siguientes términos: Mis lectores me permitirán que descargue mi conciencia de una culpa que sobre ella pesa hace ya ocho años”. (Obras completas tomo X).