A EMILIANO, IN MEMORIAM

Con idéntica humildad a la grandeza de su alma, se ha ido Emiliano de la vida en silencio, de puntillas y sin volver la cabeza, para no ver los rostros doloridos en lágrimas de tantos como lloramos su partida, mientras silabeamos oraciones pidiendo que su memoria habité en nosotros hasta el día que sigamos sus pasos, camino del pórtico que nos descubra el gran misterio de la vida, porque las profecías del catecismo, el consuelo de las estampas y la esperanza de los escapularios no pueden descifrar el enigma ni ocultar la realidad que se esconde tras la estación término, en el umbral de la muerte.

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Con idéntica humildad a la grandeza de su alma, se ha ido Emiliano de la vida en silencio, de puntillas y sin volver la cabeza, para no ver los rostros doloridos en lágrimas de tantos como lloramos su partida, mientras silabeamos oraciones pidiendo que su memoria habité en nosotros hasta el día que sigamos sus pasos, camino del pórtico que nos descubra el gran misterio de la vida, porque las profecías del catecismo, el consuelo de las estampas y la esperanza de los escapularios no pueden descifrar el enigma ni ocultar la realidad que se esconde tras la estación término, en el umbral de la muerte.

Células enloquecidas han cumplido anticipadamente la misión que les fue encomendada en su primer llanto de cuna, dándonos la triste oportunidad de expresar con este abrazo de amor-amistad cuanto nos ha mantenido unidos y  hermanados en la familia unamuniana que tantos años compartimos juntos en la mesa afarolada, en la yunta de la Junta, en excursiones, conferencias, fraternales libadas y nobles preocupaciones por hacer posible un quimérico proyecto que no hubiera sido posible sin su ayuda, con sacrificios ignorados allende los límites de nuestro espacio.

Se ha ido el maestro, el científico, el investigador, el geólogo, el paleontólogo y -sobre todo- el amigo con quien tanto hemos querido, cuando la visita de la parca se antojaba lejana, el pañuelo de despedida no formaba parte del atrezzo común, carecía de significado el adiós, el abandono del mundo se nos antojaba inimaginable y el lacerante dolor que nos esperaba no formaba parte de nuestras vidas.

Nos ha dejado huérfanos a cuantos compartimos con él la vida; a los que fuimos contagiados con su optimismo; a quienes nos cautivó su bondad; y a todos los que recibimos sus lecciones de generosidad, entrega y amor, porque él nos enseñó que puede amarse más allá del olvido a quien ya nada recuerda, ni reconoce el rostro de quien da la vida por la persona amada, como hizo este santo sin peana, ni corona, ni bendiciones.

Sonrisa franca, mano abierta, mirada tierna, palabra sincera, espíritu alegre y copla en las sobremesas, evocando a Colón que fue el primer hombre que puso un huevo de pie. También hubo regalos plastificados sobre los manteles; ostensibles tirantes que decían lo que algunos preferían no oír; y orgulloso profesor del “rodillazo”, cuando todos sus colegas ocultaban la inclinación.

Científico, unamunista y humanista, conciliando en él todos los valores que hicieron grande su persona, excepcional su solidario espíritu, singular su bondad, leal su amistad, y emotiva su sensibilidad ante quienes le oímos sollozar en silencio a través del teléfono días antes de morir, haciéndonos añicos el alma, sin decir palabra alguna.

Ahí queda la Sala de las Tortugas que nadie puede usurparle porque es la gran obra científica de su vida, el talismán que persiguió durante décadas por tierra castellana buscando rastros paleontológicos de vertebrados fósiles, con descubrimientos únicos nunca bien reconocidos, de ostensible valor cultural y patrimonial, no dejándonos otra opción que pedir reconocimiento a su trabajo, solicitando a quien corresponda que el museo donde se recogen las muestras paleontológicas lleve el nombre de “Emiliano Jiménez Fuentes”.

Se ha ido, pero con nosotros queda su recuerdo mientras un hilo de vida nos permita evocar los momentos inolvidables que compartimos, sabedores de que nada será igual tras su partida. Se quedan con nosotros sus malísimos chistes que tanto nos hicieron reír; sus entrañables dibujos que teníamos el proyecto de publicar; y sus artículos periodísticos; en espera de que la parca nos llame por lista inesperada al descanso eterno en el valle de Josaphat donde él ahora descansa, anticipándose al gran viaje que a todos nos espera.

Debe saber Emiliano, -ahora que ya no puede saber nada-, que una parte importante de nuestra vida se ha ido con él, porque fue testimonio singular en la Asociación Amigos de Unamuno, cuando nuestros balbuceos nos llevaban a un espacio de imprevisible futuro y él apareció ante nosotros llevando a Pili de la mano.

Gracias, pues, a Emiliano por la amistad que nos dio; gracias por su compañía, sus palabras de ánimo, su sentido del humor, su optimismo, su entusiasmo vital y su amistad; gracias por sus ofrecimientos y por su generosidad; gracias por demostrarnos que todo es posible cuando el amor anida en los corazones; y, sobre todo, gracias por habernos dado la oportunidad de comprobar que nuestra amistad  va más allá de la muerte, por mucho que la desmemoria pretenda llevarlo a nuestro olvido.

Francisco Blanco Prieto