Tertulia Unamuniana: Los viajes peninsulares de Miguel de Unamuno

Se puede llegar a afirmar que Unamuno fue uno de los primeros intelectuales españoles en los que la contemplación del paisaje español y la reflexión profunda sobre su significado son fundamentales a la hora de entender su obra artística y filosófica. Ya en uno de sus primeros libros Paisajes (1902), muestra lo que para él confiere importancia al paisaje y es además de la presencia armoniosa de los elementos naturales, su asociación a obras artísticas e históricas perdurables, es decir, un paisaje culturizado.

A lo largo de toda su vida Unamuno volcó su interés en la descripción paisajística en gran cantidad de escritos en forma de artículos destinados a revistas o periódicos. Muchos de ellos fueron agrupados por el autor en De mi país (1903) , Por tierras de Portugal y España (1911) y Andanzas y visiones españolas (1922), en el ensayo “Excursión” incluido en este libro dice: No ha sido en libros (…) donde he aprendido a querer a mi patria: ha sido recorriéndola, ha sido visitando devotamente sus rincones”.

Para Azorín, «El paisaje en Unamuno se halla impregnado de espiritualidad, se puede hablar de Unamuno como un genial evocador de parajes espiritualizados por la literatura, consciente que también son un viaje interior que llevan al conocimiento de la propia personalidad.

El paisaje en Unamuno se halla impregnado de espiritualidad. Unamuno aprovechaba sus vacaciones para pasear por las viejas ciudades provincianas. Es un Unamuno dinámico, inquieto, cuya actividad viajera participa tanto de lo cotidiano como de lo íntimo. Es el Unamuno que hace de sus escapadas creación, al tiempo que descanso, evasión y renovación de energías y de esta manera confiesa de manera explícita: “ y yo mismo, ¿cómo podría vivir una vida que merezca vivirse, cómo podría sentir el ritmo vital de mi pensamiento, si no me escapara así que puedo de la ciudad a correr por campos y lugares a dormir en cama de pueblo o sobre la santa tierra si se tercia? a sacudir en fin, el polvo de mi biblioteca.

Sus artículos nos conducen por gran parte de la geografía española, destacamos los dedicados a Gredos, en artículos como Vuelta a la cumbre, definida por él como Espinazo de Castilla, cimas de silencio, paz y olvido, o a los Arribes del Duero.

Entre las conclusiones de la tertulia, prevaleció entre todos la idea de que el Unamuno viajero nos gusta mucho, en sus libros hace magníficas descripciones del paisaje de los lugares que visita, siendo la lectura de sus páginas un paseo relajante por las mismas.

Presentación Nivola nº10

El sábado 27 de enero, tuvo lugar en la sede de la Asociación de Amigos de Unamuno de Salamanca, la presentación del número 10 de la revista Nivola.

La presentación de la misma correspondió a Román Álvarez, vicepresidente de la asociación, el relato de las actividades realizadas, al vocal de comunicación, Daniel Álvarez y nuestra vocal de actividades Pilar Hernández Romeo, desveló el amplio abanico de actividades programadas para el 2024.

La portada de la revista la firma la pintora Ana Díaz que ha realizado un dibujo de d. Miguel a lápiz y conté sobre cartulina negra. La revista contiene nueve artículos basados en las conferencias que sus autores impartieron en la asociación durante el 2023, siendo todos estudiosos de la figura de Unamuno en sus diferentes ámbitos, también las actividades realizadas por la Asociación el año pasado y las actividades programadas para el año 2024.Desde la asociación seguimos poniendo ilusión y empeño en promover y difundir la vida, obra y pensamiento de Unamuno.

Julián Sorel defraudado con Unamuno

La conferencia la impartió Severiano Delgado Cruz, bibliotecario de la USAL para la Asociación de Amigos de Unamuno de Salamanca, en la Sala de la Palabra del teatro Liceo.
Os dejamos unas leves pinceladas de la misma y os invitamos a verla completa en el vídeo adjunto.

Julián Sorel es el seudónimo utilizado por Modesto Pérez, Ciudad Rodrigo 1876- Madrid 1920. Nació en una familia modesta venida a menos por la muerte del padre, el joven siempre gozó de becas para realizar sus estudios.
En 1898 Fue becario de la Junta de Colegios de la Universidad de Salamanca.
En 1902 Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca
En 1907 Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid.

Modesto Pérez era un gran seguidor de Unamuno, pero esta admiración termina en 1907, cuando culpa a Unamuno, por entonces rector de la Universidad, de que no se le renovara la beca de la que gozaba.
Muchos son los libros que se escriben en los que se habla de D. Miguel en algunos de ellos con encono, provenientes no solo de la pluma de Modesto Pérez.
Modesto Pérez publicó «Una vuelta por Salamanca» que es como una guía de viajes, tiene un saludo de Pio Baroja, en el que dice entre otras cosas:  ”Tiempo hace que llena Unamuno la ciudad, siendo el más grande e interesante movimiento de ella. No viene siendo en Salamanca menos que fue Carducci en Bolonia”.

En esta línea hay muchos más autores como: José Mª Salaverría-(1914) que en su libro «A lo lejos de España vista desde América», hace una crítica ácida personal y lamentable a Unamuno. Modesto Pérez y Pablo Nougués, publican en 1915: Los precursores españoles del canal interoceánico, Mariano Benlliure Tuero, publicó en 1916 El Ansia, ese mismo año Giovanni Papini, publica Stroncature, Firenze. Donde queda de relieve que Unamuno tuvo mucha importancia en la cultura italiana, resaltando de él que es el espíritu más representativo de su país actualmente. En 1917, Rafael Cansinos Assens publica: La nueva literatura. Los Hermes. Denomina así a los forjadores de la revolución cultural de España.
También escribió sobre Unamuno Enrique Esperabé Arteaga, quedando de manifiesto en sus escritos que tuvieron una relación compleja y complicada, en que sus caracteres y maneras de ser no podían ser más diferentes. Los dos fueron rectores de la universidad de Salamanca.
Julián Sorel, pseudónimo como hemos dicho de Modesto Pérez, escribió otros títulos, hasta 1920, fecha de su muerte, en algunos utilizó el pseudónimo como por ejemplo en La raza.
Llega a crearse un subgénero literario que se dedica a criticar el egocentrismo de d. Miguel y su espíritu contradictorio.
En todos los libros hay reconocimiento a Unamuno como figura significativa de la literatura y admiración por su profundidad y contribución al pensamiento filosófico.

Matando a Miguel de Unamuno


FARO DE VIGO

Publicado: 13 de enero de 2024

Matando a Miguel de Unamuno

Julio Picatoste, Magistrado Jubilado. Audiencia Provincial de Pontevedra.
Académico de número de la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación

Leer artículo

I

El 31 de diciembre de 1936, sobre las cuatro de la tarde, Miguel de Unamuno recibe en su casa de la calle Bordadores al falangista Bartolomé Aragón, visita que previamente este había concertado con Rafael, hijo del rector. Ambos se sientan en torno a la camilla, al calor del brasero y charlan. Aragón acudía con el propósito de enseñarle una publicación falangista que Unamuno, contrario a la ideología de Falange, rechaza y no quiere ver. En un momento determinado, cuando el visitante, comentando la horrible situación de España en aquellos días, dice que parece que Dios hubiera dado la espalda a España, don Miguel, inclinándose sobre la camilla, da un puñetazo en la mesa y alterado dice: “¡No! ¡Eso no puede ser, Aragón! Dios no puede volverle la espalda a España, España se salvará porque tiene que salvarse”. Esas fueron las últimas palabras de Unamuno en vida. Sus ojos se cierran y la barbilla se hunde en su pecho. Se hace el silencio, hasta que Aragón se percata de que don Miguel acaba de morir. Asustado, sale del cuarto desencajado dando voces a las que acude la empleada doméstica, Aurelia, que estaba en la cocina.

Esta es, en forma resumida, la versión tradicional que recogen numerosas y autorizadas biografías acerca del modo en que se produjo la repentina muerte de Unamuno, atribuida, según el certificado emitido por el médico y profesor universitario Adolfo Núñez, amigo personal de Unamuno, a una hemorragia bulbar. Frente a este relato se alzan quienes últimamente han dado en sostener que se trata de una versión oficial que falsea y oculta la realidad de lo ocurrido, toda vez que, dicen, el rector salmantino no falleció de muerte natural, sino asesinado.

Primero fue el cineasta Manuel Menchón con su documental Palabras para un fin del mundo; en él se esgrime la tesis de un Unamuno víctima de un homicidio (o asesinato, no se aclara) cuya autoría, según todas las sospechas claramente insinuadas en el film, se orientan hacía la persona que estaba con él en el último momento, Bartolomé Aragón. Luego es Luis García Jambrina, profesor salmantino y director de la revista Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno que edita la Universidad de Salamanca, quien se suma a la tesis y escribe con Menchón el libro La doble muerte de Unamuno, que pone negro sobre blanco la tesis sostenida en el antes citado documental. Sobre ambos escribí un artículo en este mismo diario criticando la extrema debilidad de la tesis por ellos defendida. Y como no hay dos sin tres, acaba de publicarse el libro Miguel de Unamuno: ¿Muerte natural o crimen de Estado? de Carlos Sá Mayoral que, para hacer más goloso el libro, se adorna con el siguiente subtítulo: Henry Miller y Francisco Franco en la desaparición del escritor. La teoría es la misma: Unamuno no muere de muerte natural; pero va más allá que Menchón y Jambrina al atribuir a Franco la orden de matar a Unamuno.

No puedo sino discrepar de una tesis que me parece sustentada en un cúmulo de inferencias artificiosas. Como veremos luego, de unos datos ciertos Sá Mayoral extrae unas conclusiones que, carentes de todo vínculo o relación lógica, no son, al cabo, sino mera especulación. Porque, en definitiva, lo que el autor hace es entregarse a la conjetura de lo que piensa pudo ocurrir, sin reparar en que hay otras varias posibilidades; obviamente, elige la que interesa a su tesis; en suma, el discurso avanza hilvanado de hechos que se imaginan como posibles, para terminar en un salto mortal o pirueta de la inventiva carente de toda autoridad. Todo termina en una suposición personal e inconsistente, toda vez que la tesis elegida admite tantas infirmaciones que la conclusión carece de razonabilidad y deviene inaceptable. Se me dirá que adopto una perspectiva judicial (no voy a llamarla deformación profesional). Cierto. Será, entonces, oportuno recordar aquí que, con algunas diferencias, la labor del juez y la del historiador, como reiteradamente se ha dicho por tantos autores, tienen cierta similitud: en ambos casos se trata de reconstruir un hecho pasado; por más que ambos quehaceres se rijan por reglas diferentes, los dos buscan la verdad de lo ocurrido. En este sentido, en modo alguno puede afirmarse como verdadero que la muerte de Unamuno fuera consecuencia de un homicidio voluntario. Llama la atención que en un programa de la SER (“Acontece que no es poco”), la periodista Nieves Concostrina haya relatado los últimos días de Unamuno para terminar afirmando de forma rotunda que muere asesinado en su domicilio, sin advertir que se trata de mera conjetura alimentada por algunos, pero que en modo alguno
estamos ante un hecho verificado, y, por lo tanto, no se puede dar como verdad histórica, que es lo que la periodista indebidamente hace.

Como he dicho líneas atrás, Sá Mayoral afirma haber encontrado nuevas pruebas que abonan la tesis que él postula. Mas he de repetir que, a mi juicio, de esos hallazgos no puede extraerse la afirmación de la muerte violenta de Unamuno. Todo ese relato, como en su día el de Menchón y Jambrina, no es más que una divagación imaginativa de algo que se enuncia como posible, pero que de ninguna manera aparece como indefectible. Las conclusiones que extrae de los datos de nuevo hallazgo se sustentan en la elección de una posibilidad de entre varias sin que el enlace pueda ser avalado por razón o dato objetivo alguno que pudiera, al menos, fundar una afirmación de mínima seriedad y consistencia.
En suma, la ausencia de pruebas se suple con el encadenamiento de posibilidades o pareceres más imaginados que fundados. Lo que Sá Mayoral hace comporta una distorsión epistémica recusable. La imaginación sobre lo posible es libre, tan libre que dispone de varios caminos, pero la verdad es única y solo tiene un camino, el de la certeza.

II

El 12 de octubre del primer año de la guerra civil, tiene lugar en el Paraninfo de la Universidad salmantina- templo de sabiduría del que Unamuno era su sumo sacerdote – un sonado incidente entre el rector y Millán Astray. El primero, espoleado por los discursos que acaba de oír y habiendo sido testigo atónito de la barbarie desatada en aquellos días, en un gesto de arrojo y coraje, se revuelve contra aquella incivil guerra civil, y a militares y falangistas dice que “vencer no es convencer” y que ellos no son sino la fuerza bruta que es contraria a la razón.

Con aquella bomba inesperada, Unamuno se ha puesto a los rebeldes en contra. Se recluye en su casa, y en la calle, frente a su domicilio, terminan por ponerle días después un policía vigilante que tenía orden de dispararle si le veía subirse a un automóvil, según Felisa, hija de Unamuno, cuenta a la biógrafa estadounidense Margaret Rudd. No quieren que figura tan relevante, de proyección internacional, pueda hablar libremente en el extranjero contando las atrocidades de la guerra.
Don Miguel mantiene por aquellos días correspondencia con Arthur Miller que se encontraba en Francia; el 7 de diciembre de 1936 le dice: “Y lo más triste de todo esto es que todos esos españoles inteligentes y de veras patriotas que están ahí, en Francia y en otras partes, huidos, emigrados, desterrados no podrán ya volver a su patria. Y yo cuando pueda evadirme de esta prisión tendré que desterrarme, a mis más que 72 años, arruinado y con cuatro hijos todavía a mi cargo, a ganarme la vida con ellos…cómo? donde?” [sic]. Y más adelante añade: “Basta y venga ese libro. Y venga también el Bastar Death de su amigo. Me ayudarán a distraer mis pesares hasta el día en que pueda escapar de esta cárcel manicomio que es hoy mi patria en que se destrozan mutuamente dos bandas de energúmenos envenenados”.
Esta carta es interceptada por el Servicio de Información Militar (SIM), y Salvador Múgica, coronel jefe al frente de dicho organismo, dirige un oficio al Jefe de los Ejércitos de Operaciones – cargo que desempeñaba Franco- en el que le da cuenta de que el rector salmantino “apunta el deseo de huir al extranjero”.

Para Sá Mayoral, esta información es la causa de que Franco decidiese ordenar la muerte de Unamuno. Es decir, está estableciendo una relación causa-efecto entre la noticia del propósito de huida de Unamuno y la decisión de acabar con su vida para impedirlo. Esta relación causa-efecto está inexplicada; es meramente supuesta o imaginada Es una conclusión brusca que carece de apoyatura probatoria. Para que pueda hablarse de una relación causa-efecto, es preciso que ambos extremos, es decir, el hecho-causa y el hechoefecto estén acreditados como existentes y ciertos. En este caso, lo que se toma como causa – comunicación a Franco del propósito de Unamuno- es hecho cierto; pero lo segundo, lo que se tiene por efecto, en modo alguno está probado. ¿Dónde consta que Franco hubiese decidido ordenar la muerte de Unamuno? ¿Por quién o por qué lo sabemos? No hay ninguna prueba, indicio colateral ni dato objetivo alguno que permita constatar la toma de tan drástica decisión por Franco. Por consiguiente, no cabe hablar de relación de causa a efecto. Pero es que, y ya desde otra perspectiva, no cabe identificar enlace razonable entre la información servida a Franco y la decisión de acabar con la vida del rector salmantino. Es una deducción arbitraria, mera suposición del autor. O dicho de otro modo, para que una deducción sea válida se hace necesario que entre premisa y conclusión exista una relación de consecuencia lógica, inmune e indemne a cualquier infirmación. Estas exigencias de buena argumentación no se dan en el enlace deductivo que el autor establece entre el conocimiento de una previsión de Unamuno -más o menos lejana o hipotética- de dejar España y la decisión de urdir un plan para matar a Unamuno.

Deducir consiste en sacar de una o varias proposiciones una proposición nueva que es la consecuencia necesaria de aquellas, en virtud solamente de las leyes lógicas (R. Jolivet, Tratado de Filosofía, I). Los especialistas en técnicas de argumentación, afirman que uno de los errores más  comunes, causa de falacias, es el olvido de las alternativas, y este olvido sobreviene cuando se acepta la primera que se nos ocurre, o bien -añado yo- cuando se opta por la que interesa a los fines del objetivo perseguido. Hipotéticamente, y puestos a imaginar, ante la noticia de una eventual huida de Unamuno, cabían otras reacciones posibles antes de llevar a cabo un asesinato de inevitables resonancias internacionales: la indiferencia de Franco, el refuerzo de la vigilancia, la espera a que el plan de huida se pusiese efectivamente en marcha o, en fin, la adopción de medidas para impedir materialmente la huida. Adviértase, por otra parte, que en algunas cartas Unamuno comenta la dificultad, por no decir imposibilidad, de huir al extranjero, cuando sus hijos y su nieto Miguelín le necesitaban aquí en España. ¿A dónde ir? ¿Cómo subsistir?
Comoquiera que la correspondencia de don Miguel era interceptada por el SIM, no es extraño que este servicio conociese su resignado desistimiento de la idea de marchar a otro país.

III

Vayamos ahora al escenario de la muerte. Sabemos que Unamuno está acompañado por Bartolomé Aragón, cuya visita había sido concertada previamente con su hijo Rafael. Que don Miguel muere mientras permanece con el visitante, sentados ambos al calor de la mesa camilla, es un hecho incontestable. Según la versión de Sá Mayoral, la visita de Aragón a Unamuno tiene el concreto objetivo de matar a Unamuno en su propio domicilio. Según el mismo autor, habría actuado previo concierto con otra u otras personas, luego aparecidas en el escenario del presunto crimen, ejecutores de los que no se tiene la más mínima noticia y han permanecido en la ignorancia de los investigadores durante décadas.
Es obligado destacar el muy relevante testimonio del rector Esteban Madruga; este, en dos ocasiones, y por escrito, cuenta que la misma tarde que Bartolomé Aragón acudía a visitar a don Miguel es el propio Aragón quien le pide que le acompañe en la visita, pero Madruga se disculpa porque tenía que acudir a un entierro; por eso va con él solo hasta la puerta misma de la vivienda de Unamuno, donde le deja y prosigue para atender a aquel compromiso; y más tarde, después del entierro, cuando vuelve ya había ocurrido el fallecimiento. Es de todo punto evidente que del testimonio de Madruga resulta la imposibilidad de que Aragón acudiese a casa de don Miguel para, en colaboración con otros, llevar a cabo el premeditado plan homicida. De ser ese su plan y su propósito, es obvio que no se le habría ocurrido invitar al rector Madruga a que le acompañase en la visita a Unamuno.
Pero detengámonos en la versión de Sá Mayoral y analicemos ese presunto plan homicida. Es desde luego absolutamente incomprensible, por descabellado y absurdo, que en la hipótesis de que Franco hubiera ordenado matar a Unamuno para impedir que huyese al extranjero, hubiese decidido hacerlo en su propio domicilio, a la luz del día, con una persona presente en la casa -Aurelia- y el riesgo de que apareciese alguna de las hijas de Unamuno. Precisamente, una de ellas estaba en el momento de los hechos en la vivienda contigua, atendiendo a una enferma, y la otra había salido con el nieto de Unamuno a ver los Belenes. Ni al más torpe estratega ni al sicario más necio se le hubiera ocurrido semejante plan para acabar con la vida de una persona, con idea, además, de darle luego apariencia de muerte natural. Si la razón que lleva a Franco a dar orden de acabar con el rector era la posibilidad de su huida al extranjero, y puesto que estaba constantemente vigilado, podía haber esperado a que tal plan se pusiese en ejecución, esto es, que don Miguel saliese de su domicilio con idea de emprender la huida para que el vigilante obrase
según las instrucciones que, al parecer, había recibido, o que fuese conducido a las afueras de la ciudad para ser allí asesinado como ocurrió con tantos otros infortunados salmantinos. Porque es llamativo que tantos resultaran “ejecutados” fuera de la ciudad, en las cunetas y cementerios, y para Unamuno se organizase una muerte a domicilio y con testigos.

Menchón y Jambrina hacen de Aragón el único ejecutor de la muerte de Unamuno. No decían de qué modo se habría perpetrado el homicidio o asesinato; no era imaginable una acción violenta, solo cabría el envenenamiento, pero tampoco se entiende de qué modo este se habría llevado a cabo en el curso de la conversación de ambos en torno a la camilla.  Es evidente que Bartolomé Aragón no podía haber dado muerte a Unamuno por sí solo. Entonces, Sá Mayoral recurre a la posible presencia de una o dos personas más que hubiesen accedido al domicilio para acabar con la vida del rector salmantino. En lo que alcanzo a conocer, es la primera vez que se sitúan en el escenario de la muerte otras personas. Para justificar esta novedad, Sá Mayoral se basa en el testimonio del periodista salmantino Daniel Domínguez, según el cual un hijo de la asistenta Aurelia le dijo que esta le había revelado que aquel día habían accedido a la casa de Unamuno tres personas. Se trata de un testimonio de referencia lejana, no inmediata: el testigo lo oye de un hijo de Aurelia quien a su vez lo habría oído de esta; se trataría, pues, de un testigo de tercera
mano, largo recorrido testimonial que debilita seriamente su credibilidad, debilidad que la hace tributaria de precisiones y aclaraciones para su debido contraste y verificación. Al margen de esta debilidad probatoria, ocurre, por otra parte, que Daniel Domínguez se refiere a un hijo de Aurelia que vivía en Salamanca, dato que desmiente Francisco Blanco Prieto, profundo y exhaustivo conocedor de la vida de Unamuno, por el que sabemos que no se conoce hijo alguno de Aurelia que viviese en Salamanca, toda vez que mientras ella habitó en dicha ciudad, sirviendo en casa de Unamuno, estuvo soltera, y su descendencia nunca vivió en Salamanca. Absolutamente inútil, pues, aquel testimonio quebradizo que Mayoral invoca. Pero es que, por otra parte, hemos de volver al testimonio de calidad de Esteban Madruga –testigo directo y coetáneo de los hechos – que acompañó a Aragón hasta la puerta de la casa de Unamuno y no da noticia de persona alguna que le acompañase o esperase. Por consiguiente, debe abandonarse esa fantasmagórica figura del tercer hombre que se diluye en un enredo de contradicciones y testimonios de
referencia.
Y aún más, refiriéndose a la rápida segunda edición del libro de Sá Mayoral, donde refiere otro testimonio más a favor del tercer hombre, el de Clemente Bernal, sobrino de Aurelia, Blanco Prieto da cuenta de su larga conversación con una de las hijas de Aurelia, Charo, quien le confirmó rotundamente que, según información de su madre, no hubo tercer hombre alguno que accediese a la casa y que Unamuno estuvo reunido solo con Bartolomé Aragón.

Otras consideraciones podrían traerse a colación si no contara con limitación de espacio.
Solo he dado cuenta de las que, a mi juicio, saltan a la vista, suficientes para desautorizar la versión y suposiciones de Sá Mayoral que en modo alguno puede valer como verdad histórica. Para el lector interesado en ahondar en el tema, le remito al magnífico y exhaustivo trabajo de Blanco Prieto “Muerte de Unamuno. ¿Crimen de Estado o muerte natural?”, publicado en Academia.edu.
En suma, aquella última tarde de diciembre de 1936, cuando en torno le rondaba cautelosa la muerte, sigilosamente se acercó a Miguel de Unamuno, al que halló deshecho del duro  bregar, y, silenciosamente lo envolvió en su manto gélido, tal como él, treinta años antes, había presentido por obra misteriosa del allende sombrío, y así, a la luz del brasero como lámpara funeraria, se detuvo el latido de su pecho agitado. 
Ya a poco de morir, hubo de sufrir Unamuno el indigno expolio de sus exequias. Los falangistas, queriéndolo hacer suyo, queriendo hacer de su gloria bendición de sus camisas azules, se apoderaron del entierro para imponer sus rituales mortuorios, a él, que tanto los repudió y reprobó en vida.

Nadie imaginaba que décadas después volverían algunos a hurgar en su final, para darle una muerte nueva y no dejarle ni morir en paz.

Unamuno y Filiberto Villalobos: amistad y compromiso

Filiberto Villalobos nació en Salvatierra de Tormes en 1879 y murió en Salamanca en 1955.

Su amistad con Unamuno estaba basada en el altruismo y la extraordinaria bondad. Unamuno opina de él que fue el hombre de mejor condición moral que conoció. Fueron amigos, confidentes y hasta cómplices, cuando fue necesario.
Se conocieron el 3 de febrero de 1900 en la inauguración de la sede social de “La Unión Escolar” fundada y presidida por Villalobos, meses antes de que d. Miguel fuera nombrado rector. Nace para potenciar la cultura popular entre otras cosas,
considerando que el problema raíz de España es la cultura. La asistencia a los niños sin recursos fue su preocupación.

Unamuno ejerce influencia y amistad con los médicos y mutuamente se enriquecieron. Por esta amistad con los médicos se llegó a crear un grupo denominado El coro de doctores de Fedra, estos acompañaron a Unamuno al estreno de su obra teatral en Zamora.
Villalobos fue un clínico con una maravillosa hombría de bien, destacando su pulcritud tanto espiritual como personal. En palabras de F. Blanco su cuna fue la humildad, su anhelo la justicia, su pasión la medicina y su aliento la familia, entre otras muchas virtudes.

Otro gesto de recíproca amistad tuvo lugar en 1903, con motivo de las revueltas estudiantiles que terminaron con la vida de dos estudiantes, y en la que resultó detenido Villalobos, al que d. Miguel visitaba en la cárcel.
Compartieron ocupaciones y preocupaciones como su implicación en las Campañas agrarias por ejemplo.

En 1920 Villalobos defendió a Unamuno en el juicio de Valencia. En 1924 Unamuno fue suspendido como catedrático y enviado al destierro en Fuerteventura. Filiberto junto con otros amigos, acompañan a d. Miguel en tren hasta Medina del Campo, cuando Unamuno regresa a Salamanca del exilio en 1930, fueron a recibirlo los amigos médicos entre los que se encuentra también Población.
Siendo Villalobos Ministro de Instrucción Pública, le organiza un homenaje de jubilación que se convertiría en un homenaje de la república de carácter nacional a Unamuno por su virtud y talento siendo secundado por la ciudadanía salmantina y al que asistió. el presidente de la misma Alcalá Zamora. En su condición de Ministro de Instrucción Pública Villalobos dicta el decreto de nombramiento de Unamuno como rector vitalicio y promueve la creación de la cátedra con su nombre.
Cuando Villalobos fue injustamente detenido en agosto de 1936, Unamuno protestó ante las autoridades militares, pidiendo su inmediata liberación sin conseguirlo, hasta se reunió con Franco recordándole el comportamiento de d. Filiberto cuando él y su esposa tuvieron el accidente de tráfico en Calvarrasa, obteniendo de Franco las primeras garantías de libertad para su amigo al que ponen en libertad el 20 de julio de 1938.

La amistad entre Unamuno y Villalobos durará hasta la muerte de d. Miguel. El 1 de enero de 1937 a las pocas horas de fallecer el escritor, Villalobos escribe una carta a los hijos de Unamuno donde les expresa su dolor y les recuerda la deuda de amistad irrompible que tiene con su padre, demostrándolo una vez más, diecisiete años después del fallecimiento de Unamuno, cuando el obispo de Las Palmas Antonio Pildain hizo pública la carta pastoral: ”Don Miguel de Unamuno, hereje máximo y maestro de herejías”, aconsejando a los padres y profesores que prohibieran a los jóvenes la lectura de las obras de d. Miguel. Cuando la pastoral llegó a Salamanca, Filiberto Villalobos se encargó de recorrer las librerías para comprar los ejemplares del opúsculo que cada uno tuviera.

Esta relación entre Unamuno y Filiberto Villalobos fue de verdadera amistad, y admiración mutua no sólo en vida sino hasta la muerte del médico y político salmantino, quien tenía en su despacho una foto de d. Miguel que le acompañaría siempre.

Notas tomadas de la conferencia impartida por María Villalobos, nieta de d. Filiberto y del libro “Unamuno profesor y rector” de Francisco Blanco Prieto.