Unamuno en Becedas

La Casa de las Conchas acogió la conferencia “Unamuno en Becedas“ el día 20 de octubre impartida por el becedeño Jesús Gómez Blázquez, todo un enamorado de su pueblo y un experto conocedor de las huellas que dejó el pensador vasco en este pueblo serrano.
D. Miguel veraneó en Becedas los años 1931-1933, pero no sabemos muy bien cuando fue la primera vez que visitó el pueblo serrano. Sus primeros contactos fueron a través de la familia Cuervo, especialmente D. Carlos que era profesor en la Facultad de Medicina y con la finca “La salamanquinas” propiedad de una amiga de Unamuno y de su marido Juan Vicens, conocido bibliotecario.
La finca sería lugar de encuentro para intelectuales de la época como Buñuel, García Lorca, Ramón J. Sender, entre otros. Las tertulias en dicha finca tendrían lugar hasta 1936.

Becedas es un apacible remanso de paz para D. Miguel, la primera mención por parte del intelectual fue en “Por Tierras de Portugal y España”.
Definía su paisaje como netamente teresiano, pues Santa Teresa vivió en el pueblo tres meses, allí se repuso de los problemas de salud que le aquejaban. Teresa está en los escritos y en el pensamiento del escritor. En Becedas Unamuno buscaba a Teresa.
“Paz y sosiego se respiraba en el pueblecito serrano. Su entorno paisajístico las huertas, las fuentes, el arroyo, todo le ayudaba a meditar en un silencio casi místico. D. Miguel anhelaba respirar aire puro y a pleno pulmón”.
De los escritos de Unamuno se desprende su amor a Becedas, en ellos hace espléndidas descripciones de su paisaje: ”Becedas donde el campo es una metáfora”, “Becedas un paisaje que el Señor se detuvo a adornar”, “Su paisaje es un cuadro que enseña como un libro y aún más y mejor”, “Allí donde todo se humaniza y se diviniza”, “En la torre la esquila duerme y la cigüeña sueña”.

Jesús Gómez recurre al anecdotario del pueblo para trazar las huellas que el pensador dejó en Becedas y en sus gentes. Definen a D. Miguel así: ”Silencioso y retraído”, “huraño y hosco”, “aspero y esquivo”. Le recuerdan ceñido a su ropaje oscuro y con su singular binóculo. Como un hombre de costumbres fijas al que le gustaba pasear por la calle Mayor oyendo correr el agua, aguas vivas de los arroyos frente a las aguas muertas de las fuentes.
Más allá de la muerte Becedas recuerda a D. Miguel. En el año 2003 se le tributó un homenaje, una placa recuerda el paso de tan ilustre intelectual por este pueblo serrano, remanso de paz, al que su presencia engrandeció.
La placa recoge el sentir de Unamuno y dice así:

”Aquí, en Becedas, se me llenaba el alma de la visión de las cimas, de silencio y de olvido”.

Gracias Jesús Gómez por mostrarnos como eran los veranos de D. Miguel en Becedas y donde posó su ojo poético el pensador, podemos decir que nada escapó a su sensibilidad.

Homenaje. Unamuno, Profesor y rector

El jueves 29 de septiembre  tuvimos el honor de homenajear a D. Miguel de Unamuno en el 82 Aniversario de su jubilación.

La Asociación de Amigos de Unamuno se reunió en el Aula Magna de la Facultad de Filología de la Unversidad de Salamanca para escuchar la conferencia: «Unamuno, profesor y rector»  impartida por D. Francisco Blanco Prieto, presidente de la asociación, a continuación se procedió  a la Ofrenda Floral ante el busto de Unamuno realizado por Victorio Macho, en la misma facultad.                  

La ofrenda floral corrió a cargo de  Luis Gutiérrez y Elena Díaz, ambos miembros de la junta directiva de la asociación, las palabras de homenaje las pronunció  Antonio de Miguel Gaspar, que ocupa el cargo de tesorero de la Asociación.

Recordándonos a todos lo importante que fue esta jubilación a nivel Nacional, siendo un acto de despedida sin precedentes, pues se acercó a Salamanca para la ocasión el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, quien hace un elogio de la admirable personalidad literaria y civil de Unamuno y de todo lo que éste representa en la historia contemporánea del pensamiento español.

El 1 de octubre de 1891 llega Unamuno a la ciudad para dar comienzo a sus deberes académicos desempeñando la cátedra de Lengua y Literatura griegas.

El 29 de septiembre de 1934 se jubila, el catedrático y profesor de la Escuela Salmantina en la que fue maestro de vocación y autoridad altísima, habiendo sido catedrático durante 43 años.

Leer texto íntegro del discurso

    Nos congregamos aquí un año más para rendir homenaje a Miguel de Unamuno en el octogésimo segundo aniversario de su jubilación como catedrático de nuestra Universidad que hoy se cumple, junto al busto de Victorio Macho y  en la escalera que tantas veces subió para dar clase en las aulas del claustro superior.

     Es obligado recordar que hace 82 años se le rindió en este mismo lugar un homenaje como nadie lo ha recibido en Salamanca a lo largo de toda la historia de la ciudad, ni si quiera cuando el príncipe Felipe, hijo del emperador, cuando aquí se casó a los 16 años de edad con su prima María Manuela de Portugal.

     Homenaje a Unamuno que duró dos días y tuvo carácter nacional, con la Tuna Escolar alegrando las calles salmantinas; cerrados los comercios, engalanados los balcones; iluminados los escaparates; militares tocando dianas y retretas floreadas; banderas ondeando en todos los centros oficiales; militares vestidos de gala y toda la ciudad participando en el festejo y actos sociales, religiosos y académicos que tuvieron lugar aquel 29 de septiembre de 1934.

     A media mañana de ese día llegaron a la ciudad el Jefe del Estado Alcalá Zamora y el Presidente del Gobierno, Samper,  acompañados de los ministros: Pita, Villalobos, Rocha, Cid, Iranzo y Del Rio, que fueron cumplimentados por el Gobernador, Friera, el alcalde salmantino, Prieto; el alcalde de Madrid, Rico; el teniente alcalde de Bilbao, Iturrino; los diputados: Gil Robles y Casanueva; los rectores de Santiago, Zaragoza, Granada, Murcia, Valencia, Madrid, Barcelona y Sevilla. Añadiéndose a esta comitiva oficial, relevantes amigos de D. Miguel, como Hipólito R. Pinilla, Maura, Eduardo Ortega y Gasset, Victorio Macho, Enrique Esperabé, Borreguero, Población, José Camón, Cesar Real, Cañizo, Gregorio Marañón y Giral. Asistió también el rector de la Universidad de Coimbra en representación del gobierno portugués, junto con todos los decanos y profesores del Estudio, autoridades locales y representantes de los diferentes partidos políticos.

     Entre los actos oficiales celebrados durante aquella jornada caben desatacar  el que tuvo lugar en el Ayuntamiento donde se descubrió una lápida en su honor, viéndose Unamuno obligado a saludar desde el balcón, junto a Alcalá Zamora, a todos los salmantinos, tras pronunciar un discurso.

     A continuación se celebró un banquete de gala en la Diputación, antes de la fiesta de arte hispano-portuguesa que tuvo lugar a las 4 de la tarde en el Palacio de Anaya, donde cantaron varias corales y se recitaron versos previos a la inauguración de la exposición de pintura de Gallego Marquina. Finalmente a las 9 de la noche, dio un concierto en la Plaza Mayor la Banda Municipal de Madrid, y mientras cenaban en el Ayuntamiento, la compañía argentina Rivera de Rosas estrenaba en el teatro Coliseum la adaptación de la obra de Unamuno «Todo un hombre»

     Comenzaron los actos del 2º día, domingo 30 de septiembre, a las 10 de la mañana con una misa en las Jesuitinas antes de ir al Paraninfo con togas y mucetas para el acto académico, donde Unamuno pronunció su discurso jubilar del que extraemos solamente los párrafos más significativos, por su singular interés, aconsejándoles a todos ustedes su lectura completa:

     Día a día he venido labrando mi alma y labrando la de otros, jóvenes, el oficio profesional de la enseñanza universitaria y del aprendizaje. Que enseñar es, ante todo y sobre todo, aprender. (….)

     Querer es sentir, sentir es pensar y pensar es hablar, hablarse uno a sí mismo y hablar a los demás, y con Dios, si lo logra. Convivir es consentirse, y consentirse es entenderse unos a otros, comprenderse.

     Y mis últimas palabras de despedida, compañeros de escuela, maestros y estudiantes, estudiosos todos: Tened fe en la palabra, que es cosa vivida; sed hombres de palabra, hombres de Dios, Suprema Cosa y Palabra Suma, y que Él nos reconozca a todos como suyos en España. ¡Y a seguir estudiando, trabajando, hablando, haciéndonos y haciendo a España, su historia, su tradición, su porvenir, su ventura! Y ¡adiós!

     Al terminar de leer el discurso, cuyo texto impreso se distribuyó en los estrados académicos, don Miguel dio lectura a unas cuartillas que llevaba como remate o colofón, comenzando por recordar los dolorosos sucesos del viernes de dolores, 2 de abril de 1903, en que la Guardia Civil mató a dos estudiantes de esta Universidad con disparos de máuser:

                 Y ahora, estudiantes míos, tengo que deciros otra cosa. Sería congojoso que os ejercitarais en el abuso de las armas de fuego – o de las llamadas blancas- y que las escondierais en el mondado libro de matute, pero más congojo será que os dejéis ganar del ejercicio de otras armas peores.

     Me refiero a la calumnia, la injuria, la insidia y el insulto de que tanto empiezan a abusar vuestros mayores. Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no mancháis las páginas de vuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis. Salvadnos por España, por la España de Dios, por Dios, por el Dios de España, por la Suprema Palabra  creadora y conservadora. Y en esa Palabra, que es la Historia, quedaremos en paz en uno y en nuestra España universal y eterna.

     Al terminar el discurso, Filiberto Villalobos leyó el Decreto que nombraba a Unamuno Rector Vitalicio del Estudio, se creaba la Cátedra Miguel de Unamuno y se le daba el nombre del personaje al Instituto de Bilbao, firmado ese día por el presidente de la República y publicado en el Diario Oficial número 275, de 2/10/1934.

     El Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Filiberto Villalobos, dispuso que el contenido del discurso fuera publicado en los tablones de anuncios  de todos los centros de enseñanza de España, y que del mismo se hiciese una tirada aparte costeada por su Departamento, con el título de La última lección de D. Miguel de Unamuno.

     Concluyó el acto con unas elogiosa palabras del Presidente de la República, diciendo que Unamuno representaba lo más alto de la intelectualidad española.

     Desde allí vinieron todos al lugar donde nos encontramos para inaugurar el busto que hizo a Unamuno en Hendaya el escultor Victorio Macho, adquirido por suscripción popular. José Ramón Camón Aznar, catedrático de arte, hizo la glosa correspondiente, antes de que todos desfilaran por delante de la estatua, menos Unamuno, porque, como dijo:

     Tengo que sacudirme el mito,  ¡Cosa fatídica esta! y ese mito, que cuando uno alcanza gran popularidad nos faja y ciñe y aprieta; que terrible cárcel broncínea es. Más de un hombre público y popular se ha sacrificado a su mito y por no contradecirlo se ha contradicho íntimamente. ¡Ay del hombre que se dispone para estatua!. En ella se recocerá a fuego espiritual lento como si lo tostaran en el Toro de Fálaris.

     Luego participaron en el banquete que tuvo lugar en este mismo Palacio de Anaya, servido por el Novelty, siendo entretenida la sobremesa por la tuna universitaria, antes de salir para la fiesta en la plaza de toros, donde participaron la banda municipal de Madrid y los coros portugueses.

     A las 5 de la tarde partió hacia Madrid el Jefe del Estado con todo su séquito, acudiendo Unamuno por la noche a una reunión con antiguos alumnos, que le ofrecieron una cena en el restaurante de la Viuda de Fraile.

     Finalizado el simpático homenaje, Unamuno marchó a su casa para preparar el viaje que haría al día siguiente a Las Batuecas, en el coche Balilla de Ara, con Cañizo y Puyol.

    • Interesante artículo  de opinión rescatado del periódico «El Tiempo» (Bogotá, Colombia)  publicado el 10 de octubre de 1934

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Miguel de Unamuno. Retratos. La eternización de lo momentáneo

Muy interesante ha sido la conferencia sobre los Retratos de Unamuno impartida por Marta García Gasco, becaria de la Casa Museo Unamuno y Vocal de la Asociación de Amigos de Unamuno de Salamanca.
De su mano pudimos hacer un recorrido por los retatos del escritor y conocer la estrecha relación que los diferentes artistas tuvieron con don Miguel, con el que mantuvieron relación epistolar. Por medio de las cartas podemos saber de la admiración y el afecto que sentían por el pensador.
Muchos de estos cuadros y esculturas se encuentran en la Casa Museo, otras se hallan fuera de Salamanca.
El empeño de Marta Garcia es dar con el paradero de los retatos de D. Miguel, algunos los ha localizado ya.
Unamuno es el escritor más retratado, constatamos con ello que era fuente de inspiración tanto para pintores como para escultores y caricaturistas.
El escultor Victorio Macho, le realizó un busto de bronce y granito que luce en la facultad de Filología.
Cuando Unamuno vio el busto dijo: «Me vi en yeso, sentí frío, sentí el peso del vacío».
Caricaturistas de la época como Bagaría, encontraron también en Unamuno, inspiración. En 1923 le realizó una caricatura en que representa a Unamuno como a Hamlet, de ella dirá D. Miguel que es: «un águila lechuza o una lechuza águila».
Estas caricaturas saldrían en periódicos tanto nacionales como extanjeros como Le Figaro.

Desde la Asociación queremos dar las gracias a Marta por el trabajo realizado y por esta conferencia tan interesante que ha tenido a bien compartir con todos los unamunianos y le animamos a que siga investigando sobre este tema pues sus conclusiones nos servirán a todos para conocer mejor al escritor

Jornadas: Unamuno y la Medicina

Los días 4, 5 y 6 de Mayo, se han realizado en el Colegio de Médicos de Salamanca, las jornadas “Unamuno y la Medicina”. Fueron presentadas por Manuel Gómez Benito, Presidente del Colegio de Médicos de Salamanca y actuó como moderador de las mismas D. Juan Antonio González  González , Presidente de Honor de la Real Academia de Medicina de Salamanca.
Desde este espacio queremos desde la Asociación de Amigos de Unamuno daros las gracias por vuestra disponibilidad y por vuestro trabajo de presentación de las mismas.
Esto es lo que en líneas generales dieron de sí estas jornadas, que como siempre nos ayudan a conocer mejor a  D. Miguel de Unamuno, intelectual del que queremos saber más y mejor. Gracias a quienes lo hicieron posible.
El miércoles día 4 de Mayo, tuvo lugar la conferencia: ”Unamuno y la Medicina” impartida por Consuelo del Cañizo Fernández Roldán, nieta de D. Agustín del Cañizo, amigo íntimo de D. Miguel.
Su conferencia versó sobre la relación de Unamuno con la ciencia, con la medicina, y su idea de la vida y de la muerte.
Para ello la conferenciante rastreó entre las novelas de D. Miguel, haciendo hincapié en: ”Amor y Pedagogía”, “Niebla”, ”La tía Tula” y “Abel Sánchez”. Donde por medio de la opinión de los personajes nos podemos hacer una idea del sentir y del pensar de Unamuno a cerca de los temas que nos ocupan.
El día 5 de Mayo, asistimos a la conferencia: ”Amigos médicos de Unamuno”, impartida por Agustín del Cañizo Álvarez, nieto de Agustín del Cañizo, amigo íntimo de D. Miguel.
Podemos decir que ciencia y cultura unía a este grupo de amigos. Entre los que podemos citar a los más relevantes, entre los que se encuentran: Agustín Cañizo, Casimiro población, Filiberto Villalobos, Hipólito Rodríguez Pinilla, Casto Prieto, etc.
Con ellos compartió D. Miguel ratos distendidos en tertulias y confidencias, pues contaba entre ellos a  su médico de cabecera Rodríguez Pinilla.
 Agustín del Cañizo era un médico avanzado para su época, con él mantuvo una estrecha amistad, lo esperaba en su consulta, hacían excursiones por la sierra de Francia. Era de conversación amena y hacía reír a Unamuno.
Fueron amigos fieles, Cañizo estuvo muy cerca de la familia de D. Miguel cuando éste estaba en el destierro. Hubo entre ellos una interesante relación epistolar que fue destruida por parte del médico, pues el grado de confidencialidad que en ellas había era muy grande.
También citamos entre sus amigos médicos al ginecólogo Casimiro Población, quien fue a buscarlo en su coche a Valladolid cuando Unamuno regresó del destierro en 1930.
Casto Prieto, mantuvo con D. Miguel una amistad que le vino más por el mundo de la política, pues fue Alcalde de Salamanca y vilmente asesinado por el régimen.
Te invitamos a leer la conferencia: 'Los amigos de Unamuno' - Cedida por Prof. Dr. Agustín del Cañizo Álvarez
CONFERENCIA

LOS AMIGOS MÉDICOS DE D. MIGUEL DE UNAMUNO

 

Prof Dr. Agustín del Cañizo Álvarez

Catedrático de la Facultad de Medicina

Hace un par de años, recibí información sobre la organización de esta Asociación de Amigos de Unamuno. Venía del mejor biógrafo de D Miguel. Francisco Blanco. Me pidió una lección de mi abuelo; impartida en Zaragoza el ‘43, cuyo título traducía la personalidad de D Agustín del Cañizo García. ‘De cómo las enfermedades pueden complicarse con el médico’. Después vino la propuesta para impartirles esta charla. Para mí, fue un honor. Lo agradezco de corazón, aunque me coloca en una situación apurada y difícil.

 

            Entonces… Yo. Nieto del eminente catedrático de Médica, escuché desde mi infancia la amistad. Eterna amistad, entre D Miguel y D Agustín. Oí varias anécdotas. Citar, por tanto, a mis proveedores fundamentales de información. Mi tía Chelo y el Dr José Morán Gutiérrez. Este último, que nunca fue viejo. Todos mis sábados disponibles, me acercaba al Hotel Condal de la Plaza de Santa Eulalia, donde siempre lo encontraba a la ‘hora del café’. Aquellas citas fueron, para mí, enriquecedoras. Pepe Morán recordaba todo. Fue un hijo para mi abuelo y para él, D Agustín, un padre. D José siguió a mi abuelo a Madrid. Compañero de curso desde el Bachiller, de Agustín. Mi tío. Contaba, que prácticamente vivía en su casa. El domicilio de los Cañizo fue su hogar. Le ayudaba en el consultorio y en la Facultad y además ejercía de practicante a domicilio para administrar inyectables a los enfermos de mi abuelo. Convivió con mis tíos como un hermano más. Tenía un gran sentido del humor y un día me dijo. Yo le vi el culo a la mujer de Besteiro. Sufrió una bronconeumonía allá por el ’34 y me harté de pinchar sus nalgas.

 

También relataba que D Agustín se trasladó a Carmona para visitar a D Julián Besteiro. Teniendo en cuenta que este político murió en aquella prisión en septiembre del ’40, mi abuelo fue capaz de acudir al llamado de su amigo. Esto traduce su gran sentido de la amistad y valentía. Téngase en cuenta que esas fechas su proceso de depuración estaba muy reciente. Aun así, en su Morris, acompañado de su hijo Manuel y de Morán, viajaron al pueblo sevillano en agosto del ’40; avisado por Dolores Cebrián, esposa del antiguo Presidente de las Cortes. El conductor del vehículo fue mi padre. D Casimiro. El único de la familia que aquellos días disponía de permiso para conducir. Pepe Morán relataba aquel viaje con todo detalle. Solamente permitieron la entrada a mi abuelo y según Pepe, D Agustín, salió muy entristecido.

 

Una ocasión, hablando de D Miguel. Decía: Tu abuelo y Unamuno iban delante. A veces D Miguel silencioso; pero difícil era estar callado con tu abuelo. Era simpático a más no poder y notábamos como Unamuno reía con la conversación. Les seguíamos; casi adolescentes tras dos grandes personajes. Jamás se nos ocurriría caminar a su lado. Se apreciaban mucho. Juntos se les notaba felices y contentos. Con él y con sus hijos me hice hombre. Y luego el cine. Tu abuelo fue un gran aficionado al cine. Tanto es así que todos los días disponíamos de la fila 8 del Liceo. Para Cañizo y amigos. Me hice médico por él.

 

            Otro prócer, para mí, de información: D Darío Carrasco Pardal. Con brillantísimo expediente académico y encargado de cátedra al trasladarse, D Agustín, a Madrid. Darío apadrinó a mi hermana Dolores. Darío fue considerado en casa como de la familia. Darío fue depurado. Expulsado de la Universidad y de la Beneficencia y estuvo preso. Como siempre las revoluciones, pregonando libertad, liquidan a los liberales y dejan a esas personas, libremente indignadas[1]. Como apuntó Miguel Torga para aquella revolución portuguesa de los claveles. Darío murió el 5 de octubre del ’77 y le recuerdo en un montón de reuniones familiares. Disponía de una enorme cultura y su expresión verbal era riquísima. Recuerdo, durante la celebración de una onomástica de mi padre; un cuatro de marzo, quizá el ’74, salió a colación D Miguel y Darío, muy serio, sentenció: Ya ves, Casimiro, como es Salamanca. Si cualquier ciudad del mundo dispusiera de un personaje como Unamuno se le veneraría. Ahora empiezan a conocerle con tanto homenaje póstumo. Sí –replicó mi padre- Y con tanta lápida y placa tendremos España como la Sacramental de San Justo. Idea similar a la anotada por Francisco Blanco en su Diario Final. Fue para mí D Agustín –decía- tan larga la convivencia que resultó ser una prolongación de mi propia familia. Darío hablaba sobre mi abuela. Doña Consuelo. La mujer más bondadosa y caritativa que conocí. Fue la señora buena –escribe en el Libro Homenaje- que con tanta amabilidad, modestia y sencillez, supo personificar las virtudes de comprensión, cordialidad y auténtica hospitalidad; proverbiales en la familia Cañizo. Siempre fue la compañera ideal del maestro y reciba ella mi más profunda gratitud.

 

            Mi tía Consuelo hablaba de D Miguel bastantes veces. Almorzaba con ellos a menudo. Eran medio vecinos de la calle Zurbano, pues Salomé y su marido tenían el domicilio muy cerca, en el  nº49. Mi abuelo en el 28. Fue mayor que mi padre y recordaba muchos detalles. Cuando D Miguel venía a Madrid siempre llegaba a casa. Hubo una relación epistolar entre mi abuelo y D Miguel. Cartas destruidas por mi tía alegando ‘demasiadas confidencias íntimas’. Según ella. Enfermedades y problemas de familia. Que mejor la gente no se entere. Así me lo manifestó ella misma cuando reclamé la documentación. Me la pidió Pablo; nieto de D Miguel y catedrático de Dermatología. Seguramente eran pocas las cartas. D Agustín no parece que fuese proclive a guardarlas; fácilmente las rompería después de leerlas y respondería por teléfono.

 

            Aquellos almuerzos en Zurbano 28, no se limitaban a la familia. Recuerdo escuchar a mi padre no acordarse haber comido en su casa sin algún invitado. Siempre tenían gente. Llegaba D Miguel y esperaba a que D Agustín finalizara la consulta. Mi tía Chelo contaba, que en una ocasión, coincidió con Carlos Arniches, el autor de D Quintín el Amargao, entre otras obras; y ella y mi abuela, hasta la llegada de D Agustín, les pusieron a jugar a los naipes. Quiero imaginar a ambos escritores cortando la baraja. Esta anécdota demuestra la confianza con la que D Miguel era tratado y recibido. Otra cosa es, si disfrutó con la partida.

 

Sabemos, que D Agustín vino a Salamanca antes de la muerte de Doña Concha. Quizá por hablar con D Miguel. Sé, por mis tíos, que la esposa de Unamuno sufrió un infarto cerebral. Mi tío Agustín, contaba, haberse encontrado en la Plaza Mayor. D Miguel, exclamó: Vaya con esas bestias de Mussolini y Hitler. Todos los acompañantes de Unamuno desaparecieron. Se disolvieron. Es seguro que visitó a Doña Concha. Expresamente llegó desde Madrid para eso. Debió ser el ’34. Y vino a Salamanca varias veces.

 

            Mi abuelo fue un médico muy avanzado para su tiempo. Siempre en la vanguardia del progreso, dominó toda la ciencia médica del momento y al completo. Y D Miguel contó con la amistad de grandes maestros. Médicos extraordinarios. Hablemos de D Antonio Trías Pujol, catedrático de Cirugía. De D Casimiro Población Sánchez, de Ginecología. De D Godeardo Peralta Miñón, de Anatomía y ORL. Especialidad, la mía, entonces aún naciente. De D Adolfo Núñez, de Histología y Anatomía Patológica. El leucocito; apodo aplicado por los estudiantes del momento. Añadimos la figura de D Hipólito Rodríguez Pinilla. Dos más fueron Filiberto Villalobos y Casto Prieto. El último, asesinado en los primeros meses de la guerra civil. Simples burgueses que jugaban a ser progresistas; palabras de Largo Caballero. El resultado fue de aterrados, desterrados y hasta enterrados, como define Marc Blanco. Forman este grupo los clasificados por Blanco Prieto como ‘amigos del asa’ o íntimos y con los que tuvo gran confianza. Los denominados de forma peyorativa ‘coro de doctores de Fedra’: Cañizo, Población, Pinilla, Peralta, Prieto, Trías, Salcedo y Villalobos.

 

D Agustín fue discípulo de D Manuel Alonso Sañudo, catedrático en San Carlos y quizá su alumno predilecto, tal como cuenta D Misael Bañuelos por el trato de este hacia D Agustín. Según D Misael, era un magnífico conversador y los diálogos con él fueron siempre entretenidos y amenísimos, disfrutando de una gran facilidad para referir cuentos y chistes, que nos arrancaban la risa franca y en algunas ocasiones la carcajada. Simpático a más no poder, como contaba Pepe. Fue D Manuel el médico más prestigioso de Madrid. Pepe decía. Cuando tu abuelo hablaba de Sañudo se emocionaba. Le admiró sobremanera y siempre le estuvo muy agradecido. Además, tu abuelo estuvo dos veces en Alemania. Creo que el ’11 y el ’13 y nos trajo dos cosas muy importantes: Los Rayos X y el ECG que entonces fue derivado del Galvanómetro de Einthoven. Este tipo fue Premio Nobel de las letras: Pero solo de la P, de la Q, de la R, de la S y de la T. A Pepe Morán no le faltaba humor; con el resto del abecedario nos hubiera ofrecido hasta una novela. Esta coletilla la añadía tu abuelo en la clase correspondiente. Y su descripción del angor pectoris. Era magistral y literaria. Ningún alumno de la época puede olvidarla. Decía así: Constituye el angor pectoris o angina de pecho un acontecimiento dramático. Escuchara el relato angustiado de un hombre, en la madurez de su existencia, como después de una cena o marcha apresurada, se vio presa de un dolor atroz e inmovilizante que estrangulaba su pecho como una diabólica garra de acero; su forzada quietud alivió el dolor; pero mientras duró sintió pasar, junto a sí, el hálito helado de la muerte. Y esa solemne advertencia tendrá ya, para quien lo relata, un valor de eternidad.

 

Ah¡ Y no te conté mi viaje a Berlín. Tu abuelo me mandó a Alemania y le obedecí. Pagó todos los gastos. Estábamos tu tío y yo en un bar, cuando entraron los camisas pardas. Me levantaron en volandas hasta meterme en una camioneta. Terminé en una habitación de paredes cementadas y triste. Nunca supe alemán. Ich Spanien. Ich Auslander. No llevaba el pasaporte. Tu tío, dominando muy bien el idioma, se enteró donde estaba. Se presentó con la documentación y me soltaron. Ya ves mi pinta y color de piel. Me tomaron por judío. Fueron los de la SA. Regresé a Madrid de inmediato y gritando ¡Viva el Rey!

 

Alemania fue en la época la Meca del saber médico. Parece ser que D Agustín recibió las primeras clases de alemán de D Miguel; igual que D Casimiro. No sabemos nada de sus estancias en tierras tedescas, pero sí la carta de recomendación de D Miguel: Desea visitar Alemania y hablar el idioma, escrito a la JAE. Conocemos que la traducción del libro sobre ‘Enfermedades del Corazón’ de McKenzie fue traducido por ambos del inglés. Este autor publica el libro en 1908 y es considerado uno de los fundadores de la Cardiología. Antes había publicado ‘Estudio del Pulso’ [1902] y ‘Cardiopatías y Embarazo’ [1919]. D Agustín fue un experto en ese tema y destacó siempre en la interpretación del pulso, la auscultación y percusión; Botella Llusía en su Manual de Obstetricia y Ginecología cita a mi abuelo como primer descriptor de los problemas de la mujer embarazada en relación a las enfermedades cardiacas.

 

            El conjunto de personalidades  que siempre acompañó y veneró a Unamuno, sufrió tristezas y pesares. Desavenencias y hasta desgracias. Pero es mejor recordarles en sus alegrías. En sus grandes satisfacciones; valorando su forma de ser. En su lifestyle, como dicen ahora. Inventaron el output weekend. Las excursiones y salidas de fin de semana. Dos automóviles disponibles. El de D Agustín y el de D Casimiro. El chófer. Miguel. Seguía su caminar. Iba de apoyo con la merienda. Ellos, caminando por los caminos y senderos de La Alberca, toparon con un aldeano. Y quienes son Vds. les espetó. Somos Miguel de Unamuno y Agustín del Cañizo. Vaya… Respondió. Y yo soy el gobernador. Si fuesen Vds. quien dicen ser; menudo coche traerían. El auto iba tras ellos. Bastantes veces les acompañó Antonio Trías. Ahí está la tan difundida foto en el Monasterio de la Peña de Francia y que encabeza el programa de esta sesión. Pero si nos fijamos, vemos a mi abuelo y a D Miguel con botas; calzado para caminar, mientras que D Antonio está con traje y corbata, como demasiado elegante para subir a pie desde la Fuente de la Buitrera.

 

            D Miguel y mi abuelo hicieron muchas excursiones juntos. Ambos amaban la naturaleza y el campo. Así D Miguel veraneaba en Candelario y mi abuelo en el Castañar. Subieron al Calvitero y al Almanzor. Pasearon la Alberca, las Batuecas y la Peña de Francia. Se acercaron al lago Sanabria, a Cuenca y Segovia. Recorriendo juntos todos los altos y llanos de Castilla. Tía Chelo me relató un viaje a Portugal.

 

            Es mejor el optimismo y mirar las cosas desde su mejor lado. La época que les tocó vivir no fue la mejor. Mental y socialmente fueron liberales. Liberales decimonónicos, como apunta Stanley Payne en su prólogo para las Memorias de Alcalá Zamora.  Formaron parte de una brillante burguesía intelectual que terminó destruyéndolos. Soportan y sufren el directorio militar, resultado de la ‘revolución de las espadas’. La corriente política de moda fue el totalitarismo con el vector de restaurar el orden social. El principio físico de acción y reacción, provocado por el bolchevismo ruso. Todos los historiadores reconocen que la ‘gente estaba harta’. La violencia de aquellos días. La quema de Iglesias. Cavilo sobre eso. ¿Cómo verían aquellos sucesos D Miguel y D Agustín? Ambos simpatizantes con la «Agrupación al Servicio de la República», dirían con Ortega (su promotor) Esto no es. Esto no es. Como clamó el filósofo.

 

El día del estallido de la guerra; D Agustín se encontraba, con la familia, en Rio Frío. Reserva Estatal. Llegó uno de los guardas para comunicarles la sublevación del ejército de África. Con ellos se encontraba D José Antón Oneca. Fue a Segovia de fin de semana y su estancia en Muerte y Vida, 4, duró tres años. Hasta el fin de la contienda. Mi padre recordaba la guerra en Segovia. A D José le ingresaban en la cárcel. Hablaba mi padre con el gobernador civil… y le sacaban… Pero casi siempre en casa, en régimen de prisión domiciliaria. Cuando estaba preso fui el encargado de llevarle la comida a la cárcel. Igual hicimos cuando fue condenado a trabajos forzados en la carretera de Toledo; no recuerdo, como dicen, que estuviese en el Valle de los Caídos. Yo conducía el Morris, y tu abuelo le entregaba los almuerzos y le deparaba ánimos y una buena conversación. Esta información fue corroborada por D José durante el banquete de boda de mi primo Manolo. Me salvó la vida y el alma. Afirmó.

 

            Al término de la guerra D Agustín regresó a Madrid donde le aguardaba el proceso de depuración siendo acusado  de ‘ser izquierdista y amigo de los más destacados universitarios que prepararon la revolución marxista’, según reza el informe redactado por Fernando Enríquez de Salamanca, presidente del tribunal depurador junto a Valentín Matilla y Leonardo Peña. Se le echó en cara ser amigo, además, de izquierdistas como Unamuno y Giral; y desde Salamanca llegó otra delación acusándole de pertenecer a la masonería; vino de un médico salmantino cercano a Franco. Callo el nombre por ser conocido en la ciudad. Hubo amigos que le defendieron a capa y espada, destacando entre ellos D José Estella y Bermúdez de Castro; brillante catedrático de cirugía. Formó parte como afirma Francisco Sierra del exilio interior; este hecho marcó a mi abuelo para siempre y se relacionó poco con el resto de los compañeros, exceptuando el citado Estella y D José Casas. Ambos, siempre se consideraron discípulos suyos aunque el último, también represaliado, fuera alumno de D Misael. Pepito y Pepe; como D Agustín cariñosamente se refería a ellos.

 

            Aunque las líneas precedentes no tienen casi relación con Unamuno; fueron leídas para hacerles ver la personalidad de D Agustín. Su forma de ser. Su lealtad y gran cariño. Su enorme bondad y campechanía. Su generosidad y valentía. El año ’92, llegó un paciente de mucha edad, a nuestro consultorio. Antes de tomarle datos dijo. ¿Es Vd. nieto de D Agustín? Si es Vd la mitad de bueno que él; será el mejor médico de España. Me sorprendió la afirmación y le pregunté. La explicación fue la siguiente: Su abuelo visitó a mi padre; entonces muy enfermo. Llevaba sin trabajar meses y nuestra economía era muy pobre. D Agustín le visitó y trató. Mi familia no tenía recurso alguno y nos enfrentamos a los gastos de farmacia. Pero su abuelo, que se dio cuenta de nuestras necesidades, debió hablar con el boticario, pues no cobró nada. Además no pasó los honorarios de su consulta y visitas, que fue de varios días. Hasta su curación. Mi padre murió viejo. Nunca olvidaremos aquello. Recuerda algo a Giuseppe Moscati, hoy santo y venerado en Nápoles. Coetáneo de mi abuelo.

 

            Sobre D Agustín hay varios comentarios de este tipo. Castilla del Pino en su Pretérito Imperfecto; cuenta que siendo alumno interno en su cátedra, D Agustín se presentó un domingo en la sala. Pidió a la monja que vistiera a un niño segoviano allí ingresado y se lo llevó a la sesión matinal de un cine cercano. Otra historieta contada fue que, por lo visto fue avisado para visitar a un enfermo. Se calló de un carro y quedó medio tonto –le dijeron- Vamos a ver… Vamos a ver, quizá quedase mejorado y antes del golpe era tonto entero. Lo diría con su gracia y humor, aunque seguramente con expresión de tristeza.

 

Debió ser persona de extrema bondad. Caritativo. Formando parte de aquellos caballeros de su generación. La que fue nuestra Edad de Plata. Ciencia y Cultura se unieron en su persona. La primera por el estudio y su afán de superación; la segunda por su padre: D Juan del Cañizo y Miranda. Gran humanista y al que D Miguel le dedicó elocuentes palabras en el Homenaje con ocasión de su traslado a Madrid. Se expresó D Miguel, quizá en los postres del banquete. ‘El maestro que es Cañizo se lo debemos a un hombre; a un español y a un maestro. A su padre. A D Juan del Cañizo que es a quien quiero hoy rendir homenaje. Tuve la suerte y la honra de conocer a aquel varón ejemplar; sencillo, modesto y todo corazón inteligente’ Una de sus obras, titulada: ‘Compendio de un plan razonado de Historia Universal’. Fue dedicada a D Agustín. 1897.  D Juan fue licenciado en Teología, Filosofía y Letras y Medicina (tres carreras siguió)  y la dedicatoria fue la siguiente: ‘Querido hijo: Tu vocación te llevó a investigar los secretos de la organización con el escalpelo y el microscopio, en cuyo estudio, por grandes que sean los adelantos modernos y por maravillosos que lleguen a ser los del porvenir; siempre encontrarás un más allá que te hará pasar del mundo de la materia al mundo del espíritu. Yo vivo en la esperanza de que al llegar a lo inexplicable tu razón se refugiará en la sacrosanta doctrina que nos ofrece, como última verdad, la inmortalidad en la presencia de Dios. Que no olvides que esta creencia es mi mayor y mejor deseo, hacia ti. Esto demuestra que fue persona muy creyente; como lo fueron su hijo y D Miguel, aunque sí bastante anticlericales. Liberales decimonónicos.

 

Hubo, desde luego, una gran discreción desde el término de la guerra civil. Todos ellos; me refiero a los míos, silenciaron siempre los hechos de la depuración de D Agustín y de su hijo Jesús. No cabe duda que marcó su actuación profesional. Excepto Jesús, todos salieron de Madrid. Hasta el fin de la era franquista nos comentaron poco. Todos fueron médicos brillantes y excelentes personas; heredando la extraordinaria educación del abuelo. Modestia, Sencillez, Campechanía, Generosidad y Caridad. Como D Miguel se expresó sobre nuestro bisabuelo. Todo corazón inteligente. Esta definición, retrató a su familia.

 

Anteriormente, intenté recopilar recuerdos, hablares y comentarios de mi padre, amigos de mi familia y de la familia. Otros, muy relacionados, como Pepe Morán y Darío Carrasco. Cosas que me contaron… Consulté las obras de Francisco Sierra y Fernando Pérez Peña. Los libros del amigo Paco Blanco y los escritos que gentilmente me pasó. Muchas gracias Paco.

 

            Otro médico amigo fue D ANTONIO TRIAS PUJOL. Les llegó a Salamanca, como catedrático de Cirugía, desde Barcelona, en 1920. D Antonio fue más amigo de D Agustín que de D Miguel y les acompañó en alguna excursión. No obstante, Trías, fue uno de los cirujanos más eminentes de los años ’20. Ocupó cátedra, en esta ciudad siete años. Se ocupó de los avances de la anestesia y de la cirugía torácica. En su CV publicado no se cita sus visitas a Alemania; con los doctores Sauerbruch y Kirschner. Pero fue el primero en usar la cámara de baja presión en cirugía pulmonar para el tratamiento de la tuberculosis. Disponemos de pocos datos sobre las actividades de don Antonio en esta ciudad. Estuvo siete años y regresó a Barcelona, por traslado, como catedrático de Cirugía. Ocupó varios cargos en relación con la Academia y al término de la guerra se exiló a Colombia. Regresó a España el ’56. Vino a Salamanca el ’57, invitado por el Prof Miguel Moraza. Mi padre le visitó en el Gran Hotel. En Colombia no fue bien recibido. No pudo ejercer como docente y quizá la razón para ir allá estuvo causada por un mal consejo. Las escuelas colombianas de cirugía son brillantes. Las conozco bien. Veo a D Antonio operar, de sanatorio en sanatorio, apoyado por el grupo de exilados en Bogotá. Sin embargo, está la Universidad del Rosario; de fundación dominicana y copia exacta de la nuestra. De la USAL. Soy doctor honorario de aquella y no comprendo bien el porqué, habiendo sido, D Antonio, catedrático de Salamanca se le dejó de lado. Fue uno de los mejores cirujanos del momento. Esta duda intentaré despejarla cuando regrese a Bogotá, donde viajo al menos, una vez al año. Sin duda alguna le hubiese ido mejor en México y habría llegado a catedrático de la UNAM; sobre todo porque el grueso de médicos y científicos exilados de la República se afincaron en la nación azteca, donde llegaron a alcanzar los más altos puestos docentes. Como los Giral y Somolinos d’Ardois.

 

            El tercero, importante y gran amigo fue D CASIMIRO POBLACIÓN SÁNCHEZ. Padrino de mi padre y al que debe su nombre. Seguramente fue el ginecólogo más brillante de la época. Viajó a Alemania; como todos. Amplió estudios también en Francia y llegó a dominar ambos idiomas. También visitó los EE UU. Según relata Paco Blanco fue multado con 150000 pesetas por declararse progresista y de izquierdas. Tener en cuenta que ser de izquierdas en la época demostraba simpatía por la República y nada más. Por lo visto el dinero le fue devuelto después de visitar a Zita Polo; hermana de Doña Carmen Polo de Franco.

            Fue otro catedrático de Salamanca que gana plaza en la Universidad Central, sin dejar tener actividad médica aquí donde poseía un sanatorio muy bien dotado; iba y venía muy a menudo. D Casimiro murió joven de un tumor cervical. En 1940, habiendo viajado a París para tratarse, entonces, con curiterapia; estaba naciente la radioterapia, especialidad en la que siempre destacó Francia. Parece ser que fue operado y ese tumor, seguramente una metástasis, según opinión de su ahijado Casimiro; sabemos que visitó a D Antonio García Tapia. Quizá fuese un cáncer de cavum. Esta opinión la compartía con mi tío Agustín, también ORL. Fue enterrado en el cementerio salmantino, como escribe Blanco Prieto, pues solía decir en sus últimos días, tenía más amigos dentro de él, que fuera.

         La relación entre D Casimiro y D Miguel fue grande e intensa. En su automóvil se recogió a Unamuno en Valladolid al regreso de su destierro en febrero del ’30. Le acompañaron varios amigos; entre ellos, mi abuelo. Mi familia siempre afirmó que el coche fue el de D Agustín. Analicé la foto y es el auto de D Casimiro; el que aparece rodeado de una multitud, no es el Chrysler Imperial de D Agustín. Es de color claro y su techo de lona. El de mi abuelo era negro. Puede ser un Horch o un Lincoln del ’25. El cristal delantero está abierto; cosa imposible en el Chrysler; pues ya disponía de calefacción y su capota era metálica. Quizá; seguramente, esa afirmación venga de que sí… Mi abuelo y acompañantes siguieron al coche de D Casimiro hasta Valladolid. Quizá de ahí venga la confusión pues toda la familia juraba ser su coche. Pensemos que todo el coro no cabría en el de Población y se repartieron en ambos vehículos.

         D Godeardo Peralta Miñón, regentó la cátedra de Anatomía I; mientras en la II lo hizo D Casto Prieto Carrasco. Fue D Godeardo un gran profesor y lo que sé procede de mi suegro, D Antonio Alvarez Morujo; D Antonio fue alumno interno suyo y aprendió de él toda la Técnica Anatómica del momento. La disección al agua, la corrosión y las inyecciones vasculares. D Godeardo fue un gran experto. También viajó a Alemania y a Francia. Según mi suegro era un hombre muy bondadoso y muy cordial. Dolido; tremendamente dolido por los sucesos de la guerra civil en Salamanca. Desde entonces, dejó de gustarle esta ciudad, afirmaba D Antonio; y en cuanto pudo salió de ella y pasó a Zaragoza, donde se jubiló en mayo del ’49. Inició un museo anatómico y la disección submacroscópica con lupa. No dispongo de más datos sobre él, pero fue decano y colaboró en el busto de D Miguel del Palacio de Anaya. Amplió, además, las instalaciones de nuestra Facultad. En los Estatutos de la Universidad de 1919, figura como redactor y aparecen dos nombres que tuvieron amistad con D Miguel. Pedro Urbano de la Calle y José Giral Pereira, que a la vez fueron muy amigos de mi abuelo.

 

Su compañero de asignatura tuvo una gran actividad política. D Casto llegó a ser alcalde. Republicano azañista. Sus relaciones con D Miguel siempre estuvieron vinculadas a la política. Se apoyaron y ayudaron. Procedía de la medicina rural y ganó la cátedra de Anatomía el ’27. Los primeros días de la guerra se sintió traicionado, sin poder conocer; pues fue asesinado, el auténtico pensar de D Miguel y su respuesta a la sublevación militar. Este concepto sobre D Miguel pesó en el bando republicano que lo destituyó como rector y le retiró todos sus honores y condecoraciones.

 

Si mi abuelo, en relación con D Miguel fue ‘su amigo del alma’, no menos hemos de considerar a D HIPOLITO RODRIGUEZ PINILLA. Catedrático de Enfermedades de la Infancia, Académico de la Real de Medicina, concejal republicano y catedrático de la Universidad Central de Hidrología. Fue su médico de familia y consejero y su amistad no disminuyó en toda su vida. Fue muy aficionado a la literatura y trató a Raimundín: Fallecido por una hidrocefalia consecuente a una meningitis. Fue tutor de Fernando Unamuno y administrador de los dineros que D Miguel le enviaba para sus estudios de arquitectura en Madrid. Siempre se ayudaron mutuamente y hasta le ofreció su casa a Doña Concha durante el destierro, poniéndose al servicio de D Miguel para lo que hiciera falta. D Hipólito fue una excelente persona y cuando murió en marzo del ’36, a D Miguel se le fue otro pedazo de su vida salmantina, según escribe Blanco Prieto.

 

Según Juán Antonio Rodríguez Sánchez, Profesor Titular de Historia de la Ciencia de esta USAL, se le considera el fundador de Hidrología en España y de hecho fue su primer catedrático. Escribió tres obras sobre su especialidad que fueron los libros de texto a seguir por todos los médicos de baños. Él lo fue por oposición. Aquellas fechas estaba muy de moda el tratamiento ‘de las aguas’ y clasificó sus diferentes composiciones químicas de cada balneario para hacer las correspondientes indicaciones. Para el reuma… para las enfermedades respiratorias… etc. Su ‘Tratado Hidrología Médica’ fue muy difundido en la época. D Hipólito pronunció unas bellas palabras en el Homenaje a D Agustín, ensalzando sus dotes clínicas y diciendo que trajo a Salamanca, el vino nuevo para llenar las odres, ya repasadas, de esta Facultad, y nos estimuló a todos con su ejemplo

 

            Recuerdo una anécdota relatada por mi padre sobre mi abuelo. Por lo visto fue una especie de sesión clínica sobre la eficacia de los baños en la terapéutica. Decía D Agustín, sin dudar de la actividad curativa de las aguas, que se encontrarían mejores resultados si al marido se le recomendaba Retortillo y a la mujer los cacereños de Montemayor, separándolos; pues así aprovecharían más el ocio en esos lugares. Ocurrencias de mi abuelo y que, muy probablemente se lo diría a Pinilla.

 

            Por último, otro gran médico salmantino y buen amigo de D Miguel, fue D FILIBERTO VILLALOBOS GONZÁLEZ. Republicano, concejal, diputado en varias ocasiones y ministro de Instrucción Pública. Hizo muchas cosas por Salamanca y trató a mucha gente humilde. Fue persona muy creyente y el médico de la diócesis salmantina dado que le avisaban de todos los conventos. Fundó escuelas y residencias para niños y fomentó obras públicas. Cuenta Blanco Prieto que D Fili afirmó al nuncio que él era el representante de Cristo en Salamanca; Ms Tedeschini le preguntó que pintaba el obispo… Le respondió que este se ocupaba de la Liturgia. Mientras él aplicaba la Doctrina.

 

Él y D Miguel siempre se ayudaron mutuamente. D Fili, como se le conocía en Salamanca, fue un político y médico excelente. Debió ser persona de gran calidad humana. Se decantó por la Radiología, especialidad que siguió su hijo Enrique. Siendo ministro hizo todo lo que pudo por esta ciudad y según contaban, para visitarle en Madrid y tener audiencia, bastaba decir que ‘se venía de Salamanca’. Siempre atendía a nuestros paisanos de entonces. Fue miembro del partido liberal y después del centrista. Nunca formó parte de los partidos de Azaña.

 

Cuando D Miguel fue condenado por injurias al rey y desacato, le buscó abogado[2] y lo pagó él mismo. Años después, cuando D Fili fue detenido, le visitó en la cárcel e influyó en el cuartel general de Franco para obtener su libertad, alegando el trato que recibió el general, cuando sufrió un accidente de tráfico cerca de aquí. No lo consiguió, pero sí la certeza que conservaría la vida y al fin la libertad. D Miguel jamás cesó en su apoyo e influencias hasta su muerte el 31 de diciembre del ’36. Aun así Villalobos permaneció en la cárcel hasta julio del ’38; dedicándose a la Medicina hasta que murió en 1955.

[1] Tras la caída de la Dictadura, los intelectuales más brillantes del país eligieron la opción republicana y rechazaron las maniobras continuistas de Alfonso XIII. Fue muy significativa, en este sentido, la creación de la «Agrupación al Servicio de la República», alentada por Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala.

«República de intelectuales» se definió, en ocasiones, a la IIª República española, tanto por el papel que jugaron los escritores, artistas, profesores y maestros en su proclamación como por su compromiso con el nuevo régimen. Un compromiso que infinidad de ellos pagaron con la vida o el exilio y tanto en un bando como en el otro. Los hunos y los hotros, según D Miguel

[2] el abogado fue Melquiades Álvarez

El viernes 6 de mayo la conferencia versó sobre ”Las Enfermedades de Unamuno” impartida por Francisco Blanco prieto, Presidente de la Asociación de Amigos de Unamuno.
Para poder conocer las enfermedades de Unamuno, nuestro conferenciante nos dice que  buceando en el epistolario es como se ha podido llegar a ciertas conclusiones, así como en sus artículos.
Piensa D. Miguel que “la enfermedad está en la condición del ser humano y que la causa de la enfermedad es la propia vida”.
Dirá también que “un hombre perfectamente sano no sería hombre, porque el hombre es un animal sustancialmente enfermo”.
La obsesión por la muerte es una constante en Unamuno y más que a la muerte, el horror a la nada, a la desaparición definitiva: “Todos vamos a irnos a la nada, porque todos estamos condenados a muerte.”
“Me atormenta la nada más allá de la tumba”. Su verdadera tortura es la aniquilación total.
Dentro de la Patografía unamuniana, la  disertación de Blanco Prieto versa en torno a dos ámbitos, el Psíquico y el Fisiológico.
En el ámbito fisiológico afirma que Unamuno no padeció enfermedades  crónicas graves, se puede decir que tuvo muy buena salud a pesar de haber tenido algunos achaques como: molestias gástricas, hemorroides, miopía, vértigos, lumbago, insomnio, etc.
Él mismo afirmó en una ocasión: ”tengo una salud de hierro vizcaíno”.
Era senderista, no fumaba, no bebía no usaba abrigo, dormía con la ventana abierta y no faltó nunca a clase.
En el ámbito Psíquico, Unamuno padeció angustia vital, niveles de angustia que no podía controlar acrecentada por la muerte de su hijo Raimundín y que le llevó a padecer su primera crisis existencial. Obsesión por la muerte, el horror a la nada. También estaba aquejado D. Miguel por la denominada enfermedad de Flaubert , definido como ataque de antropofobia, Ver la tontería humana y no poder soportarla, sufría con la mediocridad que le rodeaba. La tontería es una enfermedad moral. En este ámbito también se incluye la hipocondría, o mal imaginario.

Fotografías: Elena Díaz Santana

Esto es lo que en líneas generales dieron de sí estas jornadas, que como siempre nos ayudan a conocer mejor a Unamuno, intelectual del que queremos saber más y mejor. Gracias a quienes lo hicieron posible.

Jornadas: Unamuno y Cervantes al encuentro

La Asociación de Amigos de Unamuno, ha querido sumarse a la efeméride del IV Centerio de la muerte de Cervantes, que ha tenido lugar el 23 de Abril.
Los días 20 y 21, hemos realizado una jornada bajo el título:»Unamuno y Cervantes al encuentro».

 

 

El miércoles 20, tuvimos el placer de escuchar la conferencia: «Dos versiones del Quijote. Unamuno versus Cervantes», impartida por el Profesor Titular de la Universidad de Sevilla, D. Manuel Romero Luque.

Te invitamos a leer la conferencia: 'Dos versiones del Quijote. Unamuno versus Cervantes'. Cedida por D. Manuel Romero.
CONFERENCIA

 

Conferencia en la Asociación de Amigos de Unamuno de Salamanca

Salamanca, 20 de abril de 2016.

Dos versiones del Quijote. Unamuno versus Cervantes

(Unamuno lector y reescritor del Quijote)

 

La fuerza de cada quien no se mide tanto por sus victorias o sus derrotas cuanto por la calidad de los adversarios a quienes escoge para enfrentarse. Cuando estos son grandes y reconocidos, el solo anuncio de la batalla ya presagia el valor y el ánimo de quien emprende la lucha. Don Miguel de Unamuno es buen modelo de ello. No solo no rehúye el enfrentamiento cuando lo cree necesario, sino que hasta lo provoca en cualquier terreno. Y en el campo de lo literario, elige nada menos que a Cervantes para batirse en duelo. Y de Cervantes no escoge sino su obra principal, tal vez la mejor y, sin duda, la más universal, de toda las letras hispanas. Si la literatura, como quería Eliot, hace compatriotas y contemporáneos entre sí a todos los autores, y a todos los lectores de todos los tiempos, el enfrentamiento de posiciones entre Cervantes y Unamuno es posible; bien es verdad que los contextos vitales y las diferencias de carácter han de dar lugar a obras necesariamente diferentes. Para empezar está la cuestión de los géneros literarios: Cervantes crea una novela, Unamuno un ensayo. El primero ha de dar lugar a la aparición de un complejo juego de narradores, a un entramado de acciones principales y secundarias, a un mosaico de personajes y hasta debe entablar una lucha contra un usurpador de su historia para defender su paternidad literaria; el segundo construye su obra a partir de una particular lectura de la obra primigenia, importa aquí notar ese recorrido intelectual como lector que se enfrenta a un texto que es de sobra conocido, glosado, estudiado, venerado… para, a partir de ahí, ofrecernos su propia obra literaria, su re-escritura de aquella, sin sentirse atado ni por la literalidad de la novela, ni por la intención del novelista o por las actuaciones efectivas de los personajes. Unamuno es un lector que se siente impelido a escribir su propia obra, es un lector que reescribe y que no teme corregir a Cervantes, porque cree tanto en sí mismo como el héroe protagonista en sus caballerías y puede decir como aquel: “yo sé quien soy”.

No debió sentirse insatisfecho del resultado obtenido con su Vida de Don Quijote y Sancho (1905) cuando en el prólogo que D. Miguel de Unamuno coloca al frente de su segunda edición (1913), y tras declarar que “esta obra es de las mías la que hasta hoy ha alcanzado más favor del público”, añade:

“Y me complazco en creer que a esta mayor fortuna de entre mis otras obras habrá contribuido el que es una libre y personal exégesis del Quijote, en que el autor no pretende descubrir el sentido que Cervantes le diere, sino el que le da él, ni es tampoco un erudito estudio histórico. No creo deber repetir que me siento más quijotista que cervantista y que pretendo librar al Quijote del mismo Cervantes, permitiéndome alguna vez hasta discrepar de la manera como Cervantes entendió y trató a sus dos héroes, sobre todo a Sancho. Sancho se le imponía a Cervantes, a pesar suyo. Es que creo que los personajes de ficción tienen dentro de la mente del autor que los finge una vida propia, con cierta autonomía, y obedecen a una íntima lógica de que no es del todo consciente ni dicho autor mismo” (p. 20, ed. Alianza).

Esta es pues la declaración de intenciones que guía al autor vasco y, a mí mismo, para dar título a la conferencia. Unamuno reverencia a los personajes, pero no tanto a su creador original del que incluso afirma en ocasiones que no llegó a entenderlos por completo. Unamuno no es un cervantista, porque su meta no es aclarar el sentido que el alcalaíno quiso dar a su obra, sino un lector que ha encarnado la letra original para hacerla palabra viva y, llegados a ese punto, un escritor que proféticamente debe dar a conocer los personajes a sus propios lectores, quitando el polvo de los siglos y puliéndolos después con sus propias experiencias y calidades literarias.

Pero la relación entre Unamuno y Cervantes o entre Unamuno y El Quijote tiene una larga trayectoria que antecede a este fundamental ensayo y lo sobrepasa también en el tiempo. Casi podría afirmarse que el genial personaje cervantino es un leitmotiv de la obra del rector salmantino. A lo largo de sus Obras completas, desde 1895 y hasta 1932, podemos rastrear artículos de claro valor ensayístico y con referencias constantes al héroe cervantino. El más importante de todos es, sin duda, el titulado Sobre la lectura e interpretación del Quijote (La España moderna, abril de 1905), hasta el punto de que el rector de Salamanca declaró que fue su intención inicial el que precediera a su Vida de Don Quijote y Sancho. Volveremos a él de inmediato. Pero recordemos también El sepulcro de Don Quijote (La España moderna, febrero de 1906), que pasaría, este sí, a formar parte desde la segunda edición (1913), a su Vida de Don Quijote y Sancho como texto introductorio; o la misma conclusión de su obra Del sentimiento trágico de la vida (1912) a la que tituló: “Don Quijote en la tragicomedia europea contemporánea”. Además de artículos como “La bienaventuranza de Don Quijote”, “Don Quijote y Bolívar” (1907), “La traza cervantesca” (1917), “En un lugar de La Mancha…” (1932); sin olvidar un restringido grupo de tres artículos publicados en 1898, el año del Desastre, con una intención marcadamente opuesta a la deriva que más tarde imprimiría a su visión del simbólico personaje y cuyos títulos declaran paladinamente su inicial visión: “¡Muera Don Quijote!”, “¡Viva Alonso el Bueno!” y “Más sobre Don Quijote”.

No es nuestro propósito en este momento analizar al detalle todas las contribuciones sobre el tema que Unamuno realizó en su dilatada producción. Ahora, nos centraremos en los aspectos fundamentales que se derivan de sus dos trabajos esenciales en relación con nuestro objeto: la Vida de Don Quijote y Sancho y Sobre la lectura e interpretación del Quijote, ambos de 1905.

En este último, Unamuno ya señala el punto de partida que lo llevará insistentemente al tratamiento del problema: En España no se conoce El Quijote y ello a pesar de ser ésta la única que, su juicio, tiene reservada una plaza entre las obras verdaderamente universales. Para él, esta especie de “Biblia nacional” o no se lee o, lo que es peor, se lee mal, porque su lectura no se hace con “entusiasmo” palabra que en griego, y Unamuno lo sabe con profundo conocimiento de causa, significa ‘inspiración’ y ‘posesión divina’ y que el DRAE define como ‘exaltación fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño’. Por tanto, la lectura de Unamuno, y aquí está la nota básica que va a distanciarlo de eruditos y cervantistas, es la de un entusiasta, la de alguien que quiere convertir la letra de Cervantes en espíritu y vida que aliente el porvenir de España y el suyo propio.

El rector salmantino va a cargar contra quienes usan la obra de Cervantes como meros escoliastas, que recogen el dato preciso por anodino que sea y en su minuciosidad despojan a la obra de su sentido íntimo, como quien mira al microscopio unas células aisladas y desconociera el valor del conjunto del que aquellas forman parte. Contra éstos que “se limitan a exponer lo que otros han pensado”, de modo que lo que buscan es “no tener que escarbar y zahondar en el propio corazón, no tener que pensar y menos que sentir”, se yergue su visión del Quijote, sabiendo a ciencia cierta el riesgo que su postura le va a proporcionar frente a aquellos a quienes critica: “Así también dirá hay una dogmática científica moderna […] de la que ningún hombre culto puede apartarse, so pena de incurrir en extravagancia, prurito de originalidad o monomanía por las paradojas”. Sí, Unamuno, conoce bien a sus detractores, pero no le arredra la pelea y, después de acusarlos de utilizar la novela original como pretexto de todo tipo de minucias e insignificancias, señala que ninguno de éstos ha sabido meterse en las entrañas de la obra. Casi podríamos decir, con ecos cervantinos, que esta descomunal batalla sólo a él le estaba reservada, y a su Vida de Don Quijote y Sancho principalmente.

Por si ello fuera poco, Unamuno también se las trae con el propio autor de la genial novela. Discute el propósito que Cervantes asignó a la obra y hasta lanza una pregunta que es pura provocación “¿De cuándo acá es el autor de un libro el que ha de entenderlo mejor?”, para contestarse de inmediato que “el Quijote no es de Cervantes, sino de todos los que lo lean y lo sientan”; de manera que si la obra sigue viva ya no es gracias a su autor original, sino a que los lectores han sabido prohijar a sus dos personajes esenciales haciéndolos vivir en sus almas. Por ello, Unamuno no duda en hablar de una “verdadera” existencia de Don Quijote que no es sino su pervivencia en el tiempo:

“A nadie se le ocurrirá sostener en serio, no siendo a mí, que don Quijote existió real y verdaderamente e hizo todo lo que de él nos cuenta Cervantes […]; pero puede y debe sostenerse que don Quijote existió y sigue existiendo, vivió y sigue viviendo con una existencia y una vida acaso más intensas y más eficaces que si hubieran existido y vivido al modo vulgar y corriente. Y cada generación que se ha sucedido ha ido añadiendo algo a este Don Quijote, y ha ido transformándose y agrandándose”.

Don Quijote trasciende, pues, la obra cervantina y este será el otro caballo de batalla con el que Unamuno hará frente a las huestes de los cervantistas; pues se atreve a proclamar que “si Cervantes resucitara y volviese al mundo, no tendría derecho alguno para reclamar contra este Don Quijote”, refiriéndose así a la figura del protagonista que se ha ido forjando fuera de la propia obra, para aseverar a continuación que “Cervantes puso a Don Quijote en el mundo, y luego el mismo Don Quijote se ha encargado de vivir en él; […] y anda por el mundo haciendo de las suyas”. Así las cosas, El Quijote no puede ser “solo” literatura, ni su consideración mera erudición. El profesor de Salamanca reivindica la eternidad del personaje, su auténtica fuerza poética creadora, según el sentido original del término griego— y no puramente literaria.

Esta reivindicación de lo poético sobre lo literario le llevará, incluso, a hacer consideraciones poco favorables sobre el propio Cervantes, y este será otro de los tópicos unamunianos cuando se refiere al papel del alcalaíno con respecto a su obra. Así, ni el estilo literario ni el lenguaje empleado por el autor primigenio le parecen modélicos y hasta llega a decir que la obra gana traducida. Cervantes es, a juicio del bilbaíno, “un caso típico de un escritor enormemente inferior a su obra”. No es generoso, pues, el rector de Salamanca con el soldado de Lepanto, y esto tampoco podemos pasarlo por alto, —y menos precisamente en este año cuando se cumplen los cuatro siglos de su muerte—. Es más, Unamuno, para arrimar el ascua a su Vida de Don Quijote y Sancho, y tal vez para acentuar su nota de anti-cervantista que está en el germen de sus producciones quijotescas, dirá en este Sobre la lectura e interpretación del Quijote:

“Aunque Don Quijote saliese del ingenio de Cervantes, Don Quijote es inmensamente superior a Cervantes. Y es que, en rigor, no puede decirse que Don Quijote fuese hijo de Cervantes; pues si este fue su padre, fue su madre el pueblo en que vivió y de que vivió Cervantes, y Don Quijote tiene mucho más de su madre que no de su padre.

Voy más lejos aún: y es que llego a sospechar que Cervantes se murió sin haber calado todo el alcance de su Quijote, y acaso sin haberlo entendido a derechas.”

Unamuno, consciente o inconscientemente, parece confundir al autor con el narrador de la obra. Y hace corresponder, en una especie de ecuación inclemente, las palabras de quien cuenta las hazañas del caballero andante, desde dentro de la novela, con las del hombre que firma la obra. Debería haber bastado con que Unamuno se fijara en que la naturaleza de los géneros literarios arrastra sus propias reglas y convenciones que lo definen para saber que no es Cervantes quien habla en los capítulos del Quijote; y esto a diferencia del ensayista que va mostrando el fluir de su pensamiento y que necesita ser reconocido e identificado como tal por el lector en cada momento de su recorrido intelectual y que en ello radica la fuerza del carácter persuasivo de su labor literaria.

El autor vasco quiere casi cosificar al genio del siglo de oro y convertirlo en mero instrumento para que el inmortal caballero saliera a recorrer el mundo y los tiempos. Todo lo más que llega a concederle es una labor sacerdotal de intermediación:

“Cervantes, como autor del Quijote, no es más que ministro y representante de su pueblo, ministro y representante de la humanidad. Y por esto hizo una obra grande.

El genio es, en efecto, el que en pura personalidad se impersonaliza, el que llega a ser voz de un pueblo, el que acierta decir lo que piensan todos sin haber acertado a decir lo que piensan. El genio es un pueblo individualizado.”

Cervantes queda reducido así a mero intermediario necesario y su valor como genio consiste en hacer que un pueblo entero hable por una sola voz, de modo que sus integrantes, de entonces y de ahora, queden quintaesenciados en uno solo que toma la portavocía y esta, apenas, de manera temporal. La nota de crueldad se acentúa hasta llegar a un punto en el que afirma sin rebozo:

“Dios no mandó a Cervantes al mundo más que para que escribiese el Quijote, y me parece que hubiera sido una ventaja el que no conociéramos siquiera el nombre el autor […].Y me atrevo a más: y es a escribir un ensayo en que sostenga que no existió Cervantes y sí Don Quijote. Y visto que por lo menos Cervantes no existe ya, y sigue viviendo en cambio Don Quijote, deberíamos todos dejar al muerto e irnos con el vivo, abandonar a Cervantes y acompañar a Don Quijote”.

Esperemos que esa bonhomía de Cervantes que transmiten sus escritos haya perdonado estas exageraciones unamunianas. Y aún, tal vez, habremos de enterarnos cuando el tiempo ya no exista tampoco para nosotros, qué se habrán dicho ambos genios al encontrarse en esa eternidad que tanto anhelaba el rector salamantino.

En este caldo de cultivo intelectual sale a la luz la Vida de Don Quijote y Sancho del que el trabajo anterior no sería sino su planteamiento programático. Pero convenía detenerse en él, porque la precisión de su análisis ya señalaba las diferencias principales no sólo con el mundo académico del momento, sino incluso con la revisión del personaje cervantino que otros autores literarios del momento estaban llevando a cabo (Rubén Darío, Azorín, Maeztu y Ortega y Gasset, entre otros). Lo que podríamos llamar el valor simbólico del caballero manchego se iba imponiendo sobre el personaje de la novela. Y así, progresivamente, había dejado de ser visto como un loco disparatado, aunque lleno de buenas intenciones, que sólo provocaba la risa del lector, para convertirse en un arquetipo del héroe que lucha por su ideal y contra el que nada pueden las circunstancias por adversas que sean.

Si España y los españoles necesitaban una catarsis que los sacara de su estado de postración extrema a partir de aquel Desastre de 1898, la figura cervantina será la elegida para abanderar el proyecto que impulsan con su pluma, entre otros, los escritores ya mencionados. El personaje cuadra a la perfección con la visión de la historia que se ofrece ante los ojos de aquellos españoles de principios del XX preocupados por el futuro de la nación. Se pretende reforzar la idea de la capacidad impulsora de un país que, reconociendo su historia, se atreva a labrarse un futuro. En consecuencia, se le quiere hacer saber que no debe importar la caída, si se tienen fuerzas para levantarse y, como El Caballero de la Triste Figura, tras los pasos desventurados, hay que erguirse cuantas veces haga falta. Sólo deja huella la derrota cuando falta la fe.

En el hidalgo de mediano pasar que nos pinta Cervantes hay muchas batallas y casi ninguna victoria, pero, sobre todo, hay una constancia que no conoce el desaliento. Frente a él, los demás personajes de la novela, y antes que la risa, sólo pueden mostrar su asombro por la perplejidad que les causa esa débil figura que no rehúsa ninguna ocasión para el combate.

Pero la peculiaridad y el éxito del ensayo unamuniano, como bien pronto supieron reconocer los lectores, radicaba en el hecho de que no se trataba de una obra crítica más, sino de un texto de claro valor literario que partiendo, a su vez, de la más singular obra de nuestras letras sabía elevar su vuelo con ritmo propio. La fuerte intertextualidad que se establece entre la Vida de Don Quijote y Sancho y El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha permite al lector ir trazando puentes entre ambos planteamientos. Pero no son espectros arrancados de sus tumbas, —contra los que ya Cervantes intentó precaverse al final de su Segunda Parte—, son seres inmarcesibles que permiten la observación detallada de sus acciones y la introspección minuciosa a la que Unamuno los somete. El escritor bilbaíno es, por tanto, señor de su obra, como Cervantes lo fue de su novela.

Ambos protagonistas van a ser modelados por su nuevo autor con una misma idea básica según la cual la voluntad representa la manifestación suprema de la realidad y, bajo su dominio, se sitúan todos los demás aspectos que conforman la personalidad del individuo: conocimiento, sentimientos y dirección en la vida. Unamuno, apoyándose en Schopenhauer, hará de este voluntarismo una de sus preocupaciones esenciales y lo llevará a su máximo desarrollo en Del sentimiento trágico de la vida. Don Miguel preferirá aplicar a esta teoría la denominación de quijotismo por ser el héroe cervantino quien mejor la encarna.

Unamuno sabe entroncar esta defensa a ultranza de la voluntad con otra de sus más claras influencias la del existencialismo propugnado por Kierkegaard, quien criticó el énfasis de Hegel en la razón y defendió el poder de los sentimientos en el individuo, a la vez que una aproximación subjetiva a los problemas de la vida. El individuo es capaz, según la teoría de Kierkegaard, de crear su propia naturaleza mediante la capacidad de elección de la que está dotado, una elección individual y no sometida, por tanto, a normas objetivas ni universales. El rector de Salamanca defiende a su lado que los problemas fundamentales de la existencia humana desafían una explicación puramente racional y objetiva; de manera que la mayor verdad es siempre de carácter subjetivo.

“No es la inteligencia, sino la voluntad, la que nos hace el mundo, […] Todo es verdad, en cuanto alimenta generosos anhelos y pare obras fecundas; todo es mentira mientras ahogue los impulsos nobles y aborte monstruos estériles. Por sus frutos conoceréis a los hombres y a las cosas. Toda creencia que lleve a obras de vida es creencia de verdad, y lo es de mentira la que lleva a obras de muerte” (p. 115-116).

 

Ese individuo así preconizado y que es capaz de eximirse de cualquier tipo de convencionalismo tiene que adoptar una posición fideísta extrema que lo instala en un sentimiento de angustia permanente por el temor a la nada. Así se comprende mejor el Quijote que nos presenta a lo largo de su ensayo don Miguel: un personaje que decide su posición en el mundo y que, frente a barberos, bachilleres, clérigos e incluso su familia, se atreve a pronunciar su rotundo “yo sé quién soy” en el capítulo V de la Primera Parte. Esta frase es, sin lugar a dudas, la piedra angular sobre la que se fundamenta la actitud del héroe en la obra cervantina. Y Unamuno, siempre atento a su labor profética de revelar a sus semejantes la comprensión del protagonista, le dedica una especial atención en su comentario:

“Puede el héroe decir: “yo sé quién soy”, y en esto estriba su fuerza y su desgracia a la vez. Su fuerza, porque como sabe quién es, no tiene por qué temer a nadie, sino a Dios, que le hizo ser quien es; y su desgracia, porque sólo él sabe, aquí en la tierra, quién es él, y como los demás no lo saben, cuanto él haga o diga se les aparecerá como hecho o dicho por quien no se conoce, por un loco” (p. 48).

 

Pero no basta con decir esa frase y dejarla sonando en el aire como si de una pose más o menos afectada se tratara. Pronunciarla es una profesión de fe, de fe en Dios y de fe en el hombre; en el hombre que quiere de veras serlo. La verdadera naturaleza humana es, para Unamuno, fruto de la voluntad. No se nace hombre, más allá del aspecto aparencial, se hace uno hombre y este hacerse es siempre ir en pos de un desiderátum que lo liga a la idea de Dios. Las palabras de don Miguel son meridianas en este sentido, y las dirige directamente al lector, a ese lector que, cuando oye la tremenda declaración quijotesca, manifestación pura y desnuda del ser del personaje, se atreve a reírse de él y a calificarlo de arrogante, presuntuoso o loco:

“Te equivocas tú, el que dice eso; Don Quijote discurría con la voluntad, y al decir “¡yo sé quién soy!”, no dijo sino “¡yo sé quién quiero ser!”. Y es el quicio de la vida humana toda: saber el hombre lo que quiere ser. Te debe importar poco lo que eres; lo cardinal para ti es lo que quieras ser. El ser que eres no es más que un ser caduco y perecedero, que come de la tierra y al que la tierra se lo comerá un día; el que quieres ser es tu idea de Dios, Conciencia del Universo: es la divina idea de que eres manifestación en el tiempo y el espacio” (p. 49).

 

La risa que provocan en el espectador las aventuras del héroe es, para Unamuno, no sólo testimonio de la incomprensión que Don Quijote despierta en cuantos conocen sus hechos, sino manifestación palmaria de la ignorancia de éstos con respecto a su auténtico destino. El personaje cervantino se convierte así en el alter ego del rector de Salamanca, sus ideales se igualan a los del hidalgo, la defensa de aquel en reivindicación de sus propios postulados filosóficos y vitales. Frente a las acusaciones que él mismo recibió de la sociedad de su época: ególatra, heterodoxo, rebelde…, el actuar del caballero le sirve de escudo y, de ahí, la reivindicación de sus palabras y de sus actuaciones a los largo de toda la obra. Podría decirse que rehabilitando a Don Quijote, Unamuno se protege a sí mismo de aquellos conciudadanos que, afectando no entenderle, lo acusan constantemente de paradójico. De ahí, en definitiva, esa posición radical de autoafirmación del yo, algo que sólo pertenece a quien con ahínco lucha por su ser frente a toda adversidad y circunstancia:

“Sólo el héroe puede decir “¡yo sé quién soy!”, porque para él ser es querer ser; el héroe sabe quién es, quién quiere ser, y sólo él y Dios lo saben, y los demás hombres apenas saben ni quién son ellos mismos, porque no quieren de veras ser nada, ni menos saben quién es el héroe” (p. 50).

Si Don Quijote cumple en el ensayo de Unamuno la función que se acaba de exponer, la figura de Sancho adquiere también connotaciones precisas, no reflejadas hasta entonces por ningún exégeta de la obra original. Ni siquiera el propio Cervantes, a juicio del escritor bilbaíno, supo acertar a descubrir la esencia del personaje fruto de su creación. No debe extrañar este presupuesto, repetidamente manifestado por Unamuno en diversos lugares, pues como sabemos, y en su personal visión creadora, “los personajes de ficción tienen dentro de la mente del autor que los finge una vida propia, con cierta autonomía, y obedecen a una íntima lógica de que no es del todo consciente ni dicho autor mismo”. Por ello, corrige a Cervantes cuando, en la misma presentación de Sancho, decía de él que tenía “muy poca sal en la mollera”, indicando que esa afirmación es gratuita y que, no sólo la desmiente su actuación en la novela, sino que aporta, además, un argumento de tipo ético, pues “en rigor no cabe hombría de bien, verdadera hombría de bien, —dirá Unamuno— no habiendo sal en la mollera, visto que en realidad ningún majadero es bueno” (p. 51).

Sancho, conviene repetirlo, no es ningún tonto. Tiene, normalmente, buen juicio; a veces, y esto lo nota muy bien don Miguel, peca por exceso y, entonces sí puede disentir de su amo o enfrentarse abiertamente a él. Pero, en cualquier caso, aquel calificativo debe ser reservado a otros: los duques, por ejemplo. Estos antipáticos personajes gastan todo su tiempo y esfuerzo en fabricar burlas a los protagonistas. Sancho es, en definitiva, para el ensayista comentador, el complemento necesario del caballero; pero no tanto con la intención de dar cabida en la obra a un elemento que se le oponga con sus actuaciones, sino para construir un sujeto con el que pueda dialogar en voz alta el caballero, ofreciéndonos de primera mano sus pensamientos más íntimos o la justificación de su modo de proceder, sin necesidad de que el lector los conozca ya digeridos previamente por la figura del narrador omnisciente. Don Quijote se explica a sí mismo a través de sus parlamentos con Sancho y en Sancho escucha, antes que en ningún otro la voz de toda la humanidad:

“Ya está completado Don Quijote. Necesitaba a Sancho. Necesitábalo para hablar, esto es, para pensar en voz alta sin rebozo, para oírse a sí mismo y para oír el rechazo vivo de su voz en el mundo. Sancho fue su coro, la humanidad toda para él. Y en cabeza de Sancho ama a la humanidad toda” (p. 51-52).

 

Ya en Sobre la lectura e interpretación del Quijote había escrito:

“Todo cuanto aquí he dicho de Don Quijote se aplica a su fiel escudero Sancho Panza, aun peor conocido y más calumniado que su amo y señor. Y esta desgracia que sobre la memoria del buen Sancho pesa, le viene ya desde Cervantes, que si no acabó de comprender a derechas a su Don Quijote, no empezó siquiera a comprender a su Sancho” (p. 21).

De manera que, a fuer de ser quijotista, Unamuno afirma que “debemos ser sanchopancistas a la vez” (p. 22); porque, si bien es verdad que el labriego abandonó su casa por amor al dinero, también lo es que se aficionó a la gloria del caballero. Y concluye su razonamiento diciendo que “cuando Don Quijote se moría cuerdo, curado de su locura de gloria, Sancho se había vuelto loco, loco de remate, loco por la gloria”. Y en una de sus geniales paradojas llega a afirmar que “como Cervantes no se atrevió a matar a Sancho, ni menos a enterrarlo, suponen muchos que Sancho no murió, y hasta que es inmortal” (p. 22).

Sancho va a quedar investido como apóstol del quijotismo tras la muerte de su señor y en su salida solo cabe confiar para que triunfe el quijotismo en la tierra más allá del propio Quijote:

“Porque no nos quepa duda señala Unamuno— de que es Sancho, Sancho el bueno, Sancho el discreto, Sancho el sencillo; que es Sancho, el que se volvió loco junto al lecho en que su amo moría cuerdo; que es Sancho, digo, el encargado por Dios para asentar definitivamente el quijotismo sobre la tierra. Así lo espero y deseo, y en ello y en Dios confío” (pp. 22-23).

Ante la fuerza de estos dos personajes, Unamuno va a centrar en ellos su comentario de la obra cervantina, prescindiendo de la mayor parte de los personajes secundarios a los que solo se refiere por oposición a la grandeza y a la vida que alcanzan los dos protagonistas del relato y, por supuesto, va a saltar cualquier extrapolación del texto original, que juzgará siempre innecesaria. Así puede entenderse con mayor exactitud el propio título del ensayo unamuniano: Vida de Don Quijote y Sancho. Un título, pues, que no es sólo un rótulo sino una auténtica declaración de intenciones. El sustantivo vida muestra aquí el significado de la primera de las acepciones que el diccionario de la Academia otorga al término, esto es, ‘Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee’. Al aplicar esta significación básica, que recoge los conceptos ampliamente repetidos por don Miguel en su ensayo (ser, obrar, fuerza motora íntima), Unamuno muestra, una vez más, su capacidad como maestro del lenguaje en su prurito de exactitud. Ha desestimado otras posibilidades desde el título primigenio que aparece al frente del borrador manuscrito que se conserva en su Casa Museo de Salamanca: Las vidas de Don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra, explicadas y comentadas por Miguel de Unamuno. El rector salmantino ha efectuado una decantación precisa. De ahí que donde se hacía constar un largo encabezamiento, más propio de un libro erudito, se eliminen, de un lado, la segunda parte del mencionado título provisorio y, de otro, se realce el valor generalizador en el sustantivo que le sirve de eje. Así, el término vida marca la progresiva separación entre los acontecimientos que se narran en el original cervantino y el valor espiritual que dicho término alcanza en la producción unamuniana.

Don Quijote y Sancho son, nadie lo duda, personajes distintos, no se trata de esos personajes geminados y planos de otro tipo de relatos que siempre van juntos, de manera que lo que uno dice o hace resulta fácilmente intercambiable con lo de su pareja. Cada uno mantiene aquí su propia identidad, pero, y en ello radica la fuerza medular que los desarrolla, cada uno se nutre de la palabra y de las acciones del otro. Sancho está tentado en ocasiones de abandonar a su amo y Don Quijote, por su parte, desea verse libre de su locuaz escudero; pero, cuando el primero se ve rechazado por el caballero, no puede sino llorar amargamente y pide ser perdonado y readmitido; y, cuando el segundo no tiene a mano a su escudero, lo lamenta profundamente hasta sentirse perdido. La fe de ambos se sostiene recíprocamente, porque Sancho es también representante de la fe, de la fe en su señor y de la fe que duda —única fe posible para Unamuno—.

También en este aspecto cabe plantear una importante diferencia entre Cervantes y Unamuno. Don Quijote, al inicio de la novela original, es un personaje caracterizado por una fe diamantina que, sin embargo, conforme avanza la segunda parte, se irá debilitando y el protagonista estará obligado a hacer concesiones cada vez mayores al poder de los encantadores o al propio Sancho. Por el contrario, en la obra unamuniana, el hidalgo manchego se muestra cada vez más enfebrecido por su inmarcesible ideal. Incluso en su derrota caballeresca, le hará idear ese futuro Quijotiz con una proyección que está ausente en el texto cervantino y de la que participará, finalmente, el mismo Sancho, cuando estando aquél en su lecho de muerte ya no vea sino por los ojos de su señor. Por ello, el rector de Salamanca, más exaltado conforme se acerca el final de su ensayo, comentará acerca de esta proposición última:

“El ansia de gloria y de renombre es el espíritu íntimo del quijotismo, su esencia y su razón de ser, y si no se puede cobrarlos venciendo gigantes y vestiglos y enderezando entuertos, cobrárselos endechando a la luna y haciendo de pastor. El toque está en dejar nombre por los siglos, en vivir en la memoria de las gentes. ¡El toque está en no morir! ¡En no morir! ¡En no morir! Esta es la raíz última, la raíz de las raíces de la locura quijotesca. ¡No morir! ¡No morir! Ansia de vida; ansia de vida eterna es la que te dio vida inmortal, mi señor don Quijote; el sueño de tu vida fue y es sueño de no morir” (p. 250).

Esto es, mientras el Don Quijote de Cervantes se va empequeñeciendo y apocando conforme se acerca el final de la novela, el hidalgo unamuniano se va creciendo en la adversidad que, aunque cierta, no le impide una trascendencia muy cercana a la de la actividad profética, una actuación que conlleva tanto la predicación de un modelo de vida como la incomprensión que recibe de aquellos a los que entrega su vida. Es más, para don Miguel, incluso el momento final del hidalgo en el que manifiesta haber recuperado la cordura no es una prueba del error en que se mantuvo en vida, sino una prueba más de heroísmo:

“Tu muerte fue más heroica que tu vida, porque al llegar a ella cumpliste la más grande renuncia, la renuncia de tu gloria, la renuncia de tu obra. Fue tu muerte encumbrado sacrificio. En la cumbre de tu pasión, cargado de burlas, renuncias, no a ti mismo, sino a algo más grande que tú: a tu obra. Y la gloria te acoge para siempre” (p. 273).

 

Y Unamuno, una vez más, enmienda la plana a Cervantes, pues con la muerte de Don Quijote no se pone fin a esa manera de proceder por la que se condujo durante toda su vida. Sin esperarlo, tal vez, ha pasado el testigo a su heredero. Sancho se ha inoculado de la locura vivificante del idealismo quijotesco y será su continuador.

“¡Oh heroico Sancho y cuán pocos advierten que ganaste la cumbre de tu locura cuando tu amo se despeñaba por el abismo de la sensatez y que sobre su lecho de muerte irradiaba tu fe, tu fe, Sancho, la fe en ti, que ni has muerto, ni morirás! Don Quijote perdió su fe y muriose; tú la cobraste y vives; era preciso que él muriera en desengaño para que en engaño vivificante vivas tú” (p. 274-275).

 

Por Sancho, que queda vivo y llorando a su amo en la novela, se cumplirán, definitivamente, las promesas del hidalgo y será, asimismo, el artífice de la resurrección del caballero. A éste último invocará don Miguel en un largo parlamento con palabras de consuelo, aunque no sepamos bien si ese consuelo pretende aliviarle al hidalgo el dolor de su renuncia o confortar al propio Unamuno que quiere hacerse fuerte en la esperanza:

“Sancho, que no ha muerto, es el heredero de tu espíritu, buen hidalgo, y esperamos tus fieles en que Sancho sienta un día que se le hincha de quijotismo el alma […]. Y entonces, Don Quijote mío, entonces es cuando tu espíritu se asentará en la tierra. Es Sancho, es tu fiel Sancho, es Sancho el bueno, el que enloqueció cuando tú curabas de tu locura en tu lecho de muerte, es Sancho el que ha de asentar para siempre el quijotismo sobre la tierra de los hombres. Cuando tu fiel, Sancho, noble caballero, monte en tu Rocinante, revestido de tus armas y embrazando tu lanza, entonces resucitarás en él, y entonces se realizará tu ensueño” (p. 276).

 

Esta esperanza final en Sancho justifica, de manera clara, por qué Unamuno se centra sólo en estos dos personajes y los iguala en su consideración hasta el punto de hacer mención del escudero en el propio título de su ensayo. Si Don Quijote es el iniciador de la empresa, el profeta de la regeneración que España necesita, Sancho es su heredero y el apóstol que extenderá su fe. Frente a ellos dos, que representan la vida, la vida auténtica, el resto de personajes de la obra cervantina queda sumergido en esa niebla que invade también los discursos tan celebrados por los eruditos, los hechos que nada aportan al trasfondo vivencial del héroe y su acompañante o los relatos ajenos al personaje central. Pero, si alguno sale a relucir, no saldrá bien parado en la palestra, como le ocurrirá a Antonia Quijana, la sobrina, en las páginas finales.

Y es que los antagonistas del héroe lo son también de la propia España. Si Don Quijote y su escudero encierran, para Unamuno, la fuerza del ideal, la voluntad como estandarte, el deseo de hacerse a sí mismos; ellos serán también el modelo en que debe mirarse la patria en ese estado de postración en que está sumida. Don Miguel, al que tampoco le era ajeno nada de lo humano, y al que preocupa lo trascendente sin olvidar lo inmediato del acontecer diario, salpica su ensayo de constantes proposiciones referidas a la situación española contemporánea; pero que, como siempre ocurre con las obras cimeras, son de una inmediatez conmovedora para el hombre de entonces y hasta de hoy:

“Ese es el valor que necesitamos en España, y cuya falta nos tiene perlesiada el alma. Por falta de él no somos fuertes, ni ricos, ni cultos; por falta de él no hay canales de riego, ni pantanos, ni buenas cosechas […] ¿Qué también os parece paradoja? Id por esos campos y proponed a un labrador una mejora de cultivo o la introducción de una nueva planta o una novedad agrícola y os dirá: “Eso no pinta nada aquí.” “¿Lo habéis probado?”, preguntaréis, y se limitará a repetir: “Eso no pinta nada aquí.” Y no sabe si pinta o no pinta, porque no lo ha probado, ni lo ensayará nunca” (p. 129).

 

Pero la razón de esto él mismo la declara: no es el mero inmovilismo lo que la motiva o la falta de interés en posibles mejoras, de cuyo resultado el emprendedor sería el primer beneficiado; sino el terror que siente el español a que se burlen de él, el miedo al ridículo que acaba por atenazarlo. De manera que la única solución es perder la vergüenza a equivocarse poniendo los ojos en el resultado y, aunque éste fuera desfavorable, el consuelo unamuniano ya es alentador: “Sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conseguir lo imposible” (p. 130). Lo que sobra a Don Quijote falta a nuestro pueblo: la valentía, el arrojo, la fe en sí mismo por encima del qué dirán. De ahí que Unamuno lance un improperio general a la España de su tiempo: “Sí, todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno su verdad, su fe, y defenderla. La mentira envuelve y agarrota las almas de esta casta de borregos, estúpidos por opilación de sensatez” (p. 130).

Por eso, algunos de sus contemporáneos, sus detractores, tenían que conformarse tan sólo con aplicarle al rector salmantino el calificativo de heterodoxo, lo cual tampoco debía hacer mucha mella en él, porque, más que enfrentarse a la ortodoxia, a Unamuno le importaba proclamar su propia verdad. Sería, en todo caso, un “autodoxo”, esto es, alguien que se preocupa en fijar y proclamar “su” verdad, independientemente del rechazo o la adhesión que su doctrina consiga entre sus receptores. Esta fe en una verdad, creada por él y sostenida con la fuerza de su brazo, será, como la de don Quijote, la única que puede salvarlo: “Yo forjo con mi fe, y contra todos, mi verdad, pero luego de así forjada ella, mi verdad se valdrá y se sostendrá sola y me sobrevivirá y viviré yo de ella” (p. 244).

También en esto don Miguel se nos muestra paradójico —calificación con la que zaherían a menudo sus escritos—, pero en el mejor de los sentidos, es decir, en el de quien manifiesta opiniones distintas al sentir general y que, aunque aparentemente puedan envolver una contradicción, sin embargo de ellas se desprende un pensamiento nuevo y fecundo.

No dejará Unamuno tranquila la conciencia de los hombres y su labor de agitador espiritual de los españoles no conocerá la tregua. La paz es radicalmente distinta de esa especie de atonía mental que los envuelve y la vida verdadera no puede abordarse con la táctica del avestruz. Al igual que don Quijote agitó la conciencia de Sancho Panza y le impulsó a seguirlo entre sus dudas, él pretende con su ensayo despertar el adormecido ánimo de sus conciudadanos, pues no es verdadero hombre sino quien se sabe tal y ahí radica la condición de su gloria:

“Hay espíritus menguados —afirma Unamuno— que sostienen que es mejor ser cerdo satisfecho que no hombre desgraciado, y los hay también para endechar a la que llaman santa ignorancia. Pero quien haya gustado la humanidad, la prefiere, aun en lo hondo de la desgracia, a la hartura del cerdo. Hay pues, que desasosegar a los prójimos los espíritus, hurgándoselos en el meollo, y cumplir la obra de misericordia de despertar al dormido cuando se acerca un peligro o cuando se presenta a la contemplación alguna hermosura. Hay que inquietar los espíritus y enfusar en ellos fuertes anhelos, aun a sabiendas de que no han de alcanzar nunca lo anhelado” (p. 149-150).

 

En la Vida de Don Quijote y Sancho se ponen de manifiesto, en definitiva, aspectos fundamentales del existencialismo filosófico como son la libertad del ser humano y su capacidad de elección atendiendo a la realidad concreta en la que se desarrolla cada individuo. Esto implica, de un lado, el rechazo de modelos universales y objetivos; de otro, la aceptación del subjetivismo plantea, dentro de esa libertad del individuo para construir su existencia, continuos conflictos de elección, ya que aquél no puede escudarse en ninguna doctrina prefijada. Unamuno, de la mano de Kierkegaard, admite que el bien más elevado para el individuo es encontrar su propia y única vocación. Por eso, el hidalgo manchego encarna sobremanera este ideal existencialista y le interesa tanto su glosa al rector de Salamanca.

Este sentido de la libertad es el que le hará decir de Don Quijote enjaulado, al final de la Primera Parte, que “será siempre libre el libre” (p. 136) y que “no hay hombre capaz de enjaular a otro hombre” (p. 136), porque el secreto, nos avisa, radica en que todo individuo sepa ejercitarse en esa capacidad de pensar que por naturaleza posee, como hace siempre el caballero cervantino, y no se conforme con una mera petición de libertad lanzada al vacío. Don Quijote es, pues, libre porque ha escogido serlo y, a partir de ahí, sus actos son fruto de su responsabilidad, de su compromiso con el mundo que le rodea. Acepta sus riesgos y sabe que sus acciones pueden volvérsele en contra, como cuando liberó a los galeotes; pero Unamuno advierte que no se debe esperar gratitudes en la tierra y, menos aún, de quienes desconocen el verdadero sentido de la libertad. A pesar de todo, el héroe cervantino, como el hombre auténtico, no pueden actuar sino ejerciendo su libertad y ofreciendo a los demás esa misma posibilidad de obrar, y aunque éstos la rechacen con violencia, porque el ejercicio de la libertad genera angustia y algunos prefieren ignorarla por comodidad, amparándose en la ignorancia, de manera que descubrir esta posibilidad es desasosegar sus espíritus:

“Si les rompes las cadenas de la cobardía que les tienen presos; te apedrearán. Te apedrearán. Los galeotes espirituales apedrean al que rompe las cadenas que les agarrotan. Y precisamente por esto, porque ha de ser uno apedreado por ellos, es por lo que hay que libertarlos. El primer uso que de su libertad hacen es apedrear al libertador. […] Y luego que te apedree por haberle libertado y ejercite así sus brazos libres, empezará a desear la libertad. Te apedrearán porque se verán perdidos. Y dirán: ¿libertad? Bien, ¿Y qué hago yo con esto?” (p. 260).

 

Basten estas muestras de la Vida de Don Quijote y Sancho para comprender cómo la obra trasciende no solo cualquier tipo de comentario erudito o filológico del original cervantino, para observar cómo don Miguel de Unamuno crea la suya propia, tan diferente, tan viva y tan auténtica como la novela primigenia. Es, en definitiva, el resultado de su simpatía por los personajes; porque nadie mejor que el catedrático de griego por excelencia de esta ciudad sabía que en aquella lengua sympátheia quería significar ‘comunidad de sentimientos’. Unamuno sintió en alma propia esa comunidad de sentimientos con aquellos héroes cervantinos y ello le lleva a explicar las vidas de los protagonistas, no sus hechos que ya quedaron narrados por el que fue soldado en Lepanto. Se trata, pues, y por encima de todo, de otra genial obra literaria la que se nos ofrece en 1905; de un ensayo que aúna cualidades estéticas de primer orden y precisas reflexiones donde este otro Miguel desnuda su alma con una carga lírica incontestable, con esa sin igual amalgama de la que el escritor bilbaíno supo servirse para el conjunto de su obra, en prosa y verso. Lo colectivo y lo individual, en sus más diversas vertientes, encuentran eco siempre en el rector de Salamanca. Los que lo acusan despectivamente de ególatra desconocen que quien ha seguido el imperativo clásico del “conócete a ti mismo” solo de esas íntimas aproximaciones puede hablarnos con un cierto fundamento y, esto, para ofrecerse desnudo, a la manera de una confesión general de la que nos hace partícipes a todos sus lectores. Sus miedos, sus angustias, sus deseos proceden de esa confrontación entre sus íntimos y maduros hallazgos y el deseo de que sus lectores sean también prosélitos. Como Don Quijote hablaba a todos de una caballería andante que sólo existía en su corazón, pero que para él era tan viva, tan real, tan verdadera, que aun le hacía ver una realidad trastocada y cambiante por encantamiento; Don Miguel habla a todos con la voz adusta del profeta que conocedor de la verdad revelada está pendiente siempre de su salvación y de la de los otros. El que sabe la buena noticia no puede ocultarla a sus semejantes. Distinto será que éstos quieran escucharla, y sobre todo seguirla.

Manuel Romero Luque

El jueves 21, nos acompañó el profesor titular de Literatura Comparada, D. Javier Pardo García, cuya conferencia versó sobre: «El mito quijotesco en la obra narrativa de Unamuno».
las jornadas fueron presentadas por Luis Andrés Marcos, Doctor en Filosofía y Letras y vicepresidente de la Asociación.

Desde este rincón queremos dar las gracias a ambos por sus magníficas conferencias.
Con cada una aprendemos más de la obra y el pensamiento de D. Miguel y nos afianzamos en la idea de que el objetivo que nos mueve es de un interés enorme.
Gracias a los estudiosos que lo hacéis posible.

Miguel de Unamuno: Aislamiento en Fuerteventura

Muy interesante fue la conferencia que sobre el Confinamiento de Unamuno en Fuerteventura impartió el filósofo Luis Andrés Marcos, mostrándonos su visión personal del mismo.

Cerca de él estuvieron los Sonetos del libro: De Fuerteventura a París, donde los sesenta y seis primeros están dedicados por Unamuno a Fuerteventura.

Unamuno ha hecho existir a Fuerteventura, ha reescrito con sus versos  la isla, por medio de la cual alma y paisaje se  encuentran en sus sonetos, la poesía, no lo olvidemos expresa los cercanos anhelos del alma de cada uno.

Dirá Unamuno: En París he digerido a Fuerteventura aquí he madurado mi experiencia religiosa de la isla.

No olvida que fue en la isla pobre y sedienta donde aprendió a conocer la mar, manteniendo con ella una comunión que él definiría como mística. Mar que arrulla como la madre al niño, mar y madre dadoras de vida. La mar es la eternidad que soñamos.